De última hora le informo que murió Abraham Quintanilla, padre de Selena, la reina del Texmex.

Mientras la familia Quintanilla despedía al padre de Selena, rodeada de flores, silencios y miradas cargadas de tristeza, una pregunta comenzó a repetirse una y otra vez en la mente de miles de personas.
Y Yolanda Saldíar se enteró de su muerte.
¿Qué siente ella ahora? Esa pregunta flotó en el aire sin respuesta.
Nadie hablaba, nadie confirmaba nada.
El silencio se volvió pesado, incómodo, perturbador.
Fue entonces cuando la atención se desvió hacia un lugar donde el tiempo no avanza igual.
Una celda fría, un espacio reducido, un sitio donde las noticias llegan tarde deformadas envueltas en rumores.
La celda de Yolanda Saldíar.
Allí, sentada en una litera gastada por los años, la mujer que lleva más de tres décadas tras las rejas recibió una visita inesperada.

Una conversación breve, una pregunta directa.
¿Ya te enteraste de la muerte del padre de Selena? Yolanda levantó lentamente la mirada.
Sus ojos cansados y opacos se humedecieron de inmediato.
Guardó silencio durante unos segundos eternos.
Luego, con la voz quebrada respondió casi en un susurro.
Sí, hace unos instantes, recién me he enterado.
Las palabras parecían pesarle como si cada una le costara un pedazo de alma.
Esto entristece mi espíritu.
Mi corazón no está en paz.
El entrevistador insistió con cautela.
¿Por qué te afecta tanto esta noticia, Yolanda? Ella cerró los ojos.
Una lágrima recorrió su mejilla sin resistencia.

Porque aunque muchos no lo crean, yo también lloré la muerte de Selena y ahora lloro la de su padre.
Hizo una pausa larga, respiró profundo.
Yo sé que el mundo me señala.
Sé que muchos piensan que no tengo derecho a sentir dolor, pero llevo más de 30 años aquí.
30 años despertando entre paredes grises, 30 años cargando con un nombre que nadie quiere escuchar.
Yo no quise que las cosas terminaran así.
No quise que todo se volviera oscuridad.
Su voz se quebró aún más.
Escuchar esta noticia me golpea fuerte porque siento que mi final también se acerca.
No sé si algún día saldré de aquí.

No sé si moriré entre estas paredes.
Sola, olvidada, desgastada por el tiempo.
Dijo que sus manos ya no son las mismas, que su cuerpo está cansado, que los años pesan más en prisión que afuera, que la esperanza se vuelve frágil cuando el calendario avanza y la puerta nunca se abre.
Yo quise ser feliz como cualquiera de ustedes.
Quise tener una vida normal, pero mis decisiones me llevaron por un camino oscuro, un camino que hoy sigo pagando.
Sus lágrimas ya no se contenían.
Aquí dentro no hay días buenos, solo días que pasan y noches largas, muy largas.
Y ahora, con la muerte del padre de Selena, siento que algo se cerró para siempre.
Como si esa historia que nunca dejó de perseguirme ahora llegara a su último capítulo.
Le temblaba la voz.

Mi destino puede ser el mismo.
Morir aquí sin abrazos, sin despedidas.
Solo pido una cosa, que algún día alguien tenga piedad.
Que alguien entienda que no es fácil vivir 30 años esperando la muerte.
O tal vez una salida que nunca llega.
Que mi llanto no sea tomado como burla.
Que mi dolor no sea negado, porque aunque muchos no lo acepten, yo también soy humana.
Y mientras Yolanda bajaba la mirada en silencio, lejos del mundo exterior, una certeza se hacía evidente.
Esta historia no trata solo de culpa ni solo de castigo.
Trata de tiempo, de decisiones, de finales inevitables.
Y lo más perturbador es que para ella el final aún no ha llegado.
La puerta de la celda se cierra lentamente.

El sonido metálico resuena como un eco eterno.
Yolanda Saldívar permanece sentada, encorbada con la mirada perdida en el suelo.
Sus manos envejecidas tiemblan.
Respira con dificultad.
El entrevistador se acerca con cautela.
El ambiente es pesado.
El silencio duele.
El entrevistador preguntó cuando se enteró de la muerte del padre de Selena Quintanilla.
Yolanda Saldíar tardó en responder, bajó la cabeza, sus ojos se llenaron de lágrimas.
dijo que se enteró hace apenas unos instantes.
Explicó que alguien pronunció su nombre en voz baja como si temiera despertarla del dolor.
Contó que al escuchar a Abraham Quintanilla sintió un vacío profundo en el pecho como si algo se rompiera por dentro.
Dijo que sus manos comenzaron a sudar, que su respiración se agitó y que no pudo contener el llanto.
Añadió que fue como revivir todo, como si el pasado volviera a caerle encima sin piedad.
El entrevistador preguntó por qué esa noticia la había conmocionado tanto después de tantos años.
Yolanda Saldiva respondió entre sollozos que porque él era un padre que jamás pudo superar la pérdida de su hija.
Dijo que aunque el mundo siguió adelante, él se quedó detenido en el dolor.
Explicó que saber que murió le recordó que el tiempo avanza incluso para los corazones rotos.
suspiró profundamente y confesó que sintió miedo, porque entendió que la muerte también la está esperando a ella.
Sentada, silenciosa, paciente.
El entrevistador preguntó si al escuchar la noticia pensó inmediatamente en Selena.
Yolanda Saldívar cerró los ojos, su rostro se contrajo.
Dijo que Selena nunca se va de su mente, que vive en sus recuerdos, en sus sueños, en sus noches más largas.
Explicó que ese día la sintió más cerca que nunca.
contó que imaginó al padre y a la hija reencontrándose, abrazándose, hablándose después de tantos años y que esa imagen la dejó destruida porque ella sigue atrapada en el mismo punto donde todo se detuvo.
El entrevistador preguntó cómo han sido estos más de 30 años encerrada.
Yolanda Saldivar respondió con voz cansada que han sido una eternidad.
Dijo que los días aquí no pasan, se arrastran.
explicó que su cuerpo ya no es el mismo, que los dolores aparecen sin aviso, que hay mañanas en las que levantarse de la cama es una batalla.
Confesó que ha enfermado muchas veces y que nadie ve esas noches en las que el dolor físico se mezcla con el dolor del alma.
El entrevistador preguntó cómo son sus noches en prisión.
Yolanda Saldíar respondió que las noches son lo peor.
Dijo que cuando todo queda en silencio, los recuerdos gritan.
contó que muchas veces se despierta llorando porque sueña con Selena.
Explicó que en algunos sueños ella le sonríe como antes y en otros simplemente la observa en silencio, sin odio, sin perdón.
dijo que esa mirada la atraviesa y que al despertar se da cuenta de que sigue sola, encerrada, envejeciendo lentamente.
El entrevistador preguntó si vive con arrepentimiento.
Yolanda Saldivar respondió que el arrepentimiento es su compañero constante.
Dijo que nunca la deja sola.
Explicó que la acompaña al despertar, al comer, al caminar por el pasillo de la prisión.
confesó que no existe un solo día en el que no deseara poder retroceder el tiempo.
Sus lágrimas caen sin control mientras admite que sabe que nada puede cambiar lo que hizo.
El entrevistador preguntó si recuerda momentos felices con Selena y su familia.
Yolanda Saldiva respiró hondo, dijo que sí y que esos recuerdos son los que más la lastiman.
Contó que recuerda las risas, las conversaciones, los planes, los sueños.
recordó al padre de Selena cuidándola, protegiéndola, creyendo en ella.
Dijo que recordar esos momentos es como tocar una herida que nunca cerró.
El entrevistador preguntó cómo es envejecer tras las rejas.
Yolanda Saldiva respondió que es ver como la vida se apaga lentamente.
Dijo que es observar como el rostro cambia, como las fuerzas se van, como la esperanza se hace pequeña.
Confesó que ha visto morir a otras internas y que cada vez que eso ocurre se pregunta si será la próxima.
El entrevistador preguntó que sintió al saber que Abraham Quintanilla murió en soledad.
Yolanda Saldíar rompió en llanto.
Dijo que la soledad es el peor castigo.
Explicó que imaginó sus últimos días, sus recuerdos, su silencio.
Confesó que pensó que tal vez él hablaba con su hija en voz baja, como ella lo hace cada noche en su celda.
El entrevistador preguntó si teme morir en prisión.
Yolanda Saldiva respondió que sí.
Dijo que teme morir olvidada, sin paz, sin redención.
confesó que lo más doloroso no es la muerte, sino llegar a ella cargando una culpa eterna.
El entrevistador preguntó qué le diría hoy a la familia Quintanilla.
Yolanda Saldiva respondió entre lágrimas que solo puede decir lo siento.
Que no hay palabras suficientes, que entiende si jamás la perdonan, que sabe que el daño fue irreversible.
El entrevistador preguntó si aún guarda esperanza de salir libre.
Yolanda Saldivar respondió con voz quebrada que la esperanza se va apagando con los años.
Dijo que tal vez su destino es morir ahí esperando y que cada día siente que ese final se acerca un poco más.
Afuera, la familia Quintanilla llora a su padre.
Adentro, Yolanda Saldíar permanece sentada sola, abrazando recuerdos que jamás la dejaran en paz.
La entrevista parecía haber terminado, pero el silencio que quedó fue más fuerte que cualquier pregunta.
El entrevistador permaneció sentado unos segundos más observando a Yolanda Saldivar.
Ella seguía ahí, inmóvil, con los ojos enrojecidos, respirando con dificultad, como si cada palabra dicha hubiera arrancado un pedazo más de su alma.
El entrevistador estremeció la entrevista con una última reflexión.
dijo que frente a él no solo había una mujer condenada por un error irreversible, sino también una vida que ha pasado más de 30 años pagando día tras día, noche tras noche, sin descanso, sin consuelo, sin abrazo.
El entrevistador señaló que la cárcel no solo encierra cuerpos, también encierra recuerdos, culpas, enfermedades y una soledad que se vuelve eterna.
explicó que Yolanda Saldívara envejecido entre muros fríos, viendo pasar los años como sombras, escuchando como el mundo sigue girando mientras ella permanece detenida en el mismo instante de su historia.
El entrevistador preguntó si había algo más que quisiera decir antes de que la entrevista concluyera.
Yolanda Saldíar levantó lentamente la mirada.
Sus ojos estaban cansados.
Su voz salió baja, temblorosa.
Dijo que no pide que la entiendan, solo que la escuchen.
Confesó que ha tenido tiempo de sobra para pensar, para arrepentirse, para llorar en silencio.
Dijo que cada día en prisión ha sido un castigo, que cada amanecer ha sido una prueba, que cada noche ha sido una conversación con sus propios fantasmas.
Explicó que la cárcel no la hizo más fuerte, la fue desgastando, que su cuerpo ya no responde igual, que sus manos tiemblan.
que sus fuerzas se agotan, que hay días en los que siente que no llegará al siguiente amanecer y que aún así sigue esperando, no por justicia, sino por compasión.
El entrevistador observó como una lágrima recorría lentamente el rostro de Yolanda Saldíar.
Dijo que esa lágrima no borra el pasado, pero si revela el peso del tiempo.
Señaló que hay errores que no tienen reparación, pero también hay castigos que se extienden más allá de lo imaginable.
El entrevistador se dirigió entonces al público.
Dijo que esta historia no busca justificar, sino mostrar.
Mostrar el dolor de una vida encerrada.
Mostrar lo que significa cargar con una culpa durante más de 30 años.
Mostrar como la prisión no solo quita libertad, también consume lentamente a quien la habita.
El entrevistador expresó que mientras la familia Quintanilla despide al padre de Selena, otra historia se desarrolla en silencio.
Detrás de rejas, lejos de flores, lejos de despedidas, lejos de abrazos.
Una vida que también se acerca a su final sin saber si algún día volverá a sentir el aire libre.
El entrevistador planteó una pregunta directa al público.
Dijo que si ustedes piensan que Yolanda Saldíar debería ser libre, dejen sus comentarios.
Si creen que después de más de 30 años de encierro, de castigo, de sufrimiento físico y emocional, una persona merece vivir sus últimos días fuera de una celda, háganlo saber.
El entrevistador agregó que esta no es solo una historia de crimen, es una historia de consecuencias, de tiempo, de desgaste humano.
Que aquí hay una vida más que sufre.
Que aunque cometió un error que marcó para siempre la historia, también ha pagado con décadas de encierro, soledad y arrepentimiento.
El entrevistador pidió que si alguien desea ayudar a que esta historia llegue más lejos, compartan este vídeo.
Que más personas conozcan el dolor que ya implica la cárcel.
Que este testimonio llegue a oídos de quienes tienen el poder de escuchar, de analizar, de sentir compasión.
Dijo que tal vez si esta historia toca el corazón correcto, alguien se conmueva.
Tal vez alguien decida mirar este caso con otros ojos.
Tal vez alguien considere darle una última oportunidad.
La puerta de la celda vuelve a cerrarse.
Yolanda Saldíar queda sola otra vez, sentada en silencio esperando, porque esta historia no termina aquí.
Este final recién está comenzando.