Lo que Mauricio Mejía va a confesar dejará a muchos en Soc.

Por primera vez, el actor rompe el silencio sobre el escándalo que lo sacó de Univisión, revelando detalles que nadie imaginaba.
Entre traiciones, manipulación y silencios obligados, Mejía cuenta lo que realmente ocurrió detrás de cámaras y señala directamente a quienes, según él, destruyeron su carrera.
Lo que vas a escuchar a continuación podría cambiar la forma en que muchos ven hispana.
Mira, yo quiero retomar algo que es verdad.
Cuando empezaron las redes sociales, yo estaba grabando mi segunda telenovela en Argentina, justo cuando explotó el boom de Twitter y Facebook.
Me acuerdo perfectamente.
Todos mis compañeros se negaban a entrar.

Decían que un actor debía mantenerse inalcanzable, que nadie debía saber con quién estabas ni dónde.
Pero yo siempre lo vi diferente.
Para mí, las redes eran la forma más directa de conectar con el público y lo hice, aunque eso me costó caro.
Después mis compañeros se burlaban, decían, “Mauricio, ¿por qué pones tu nombre completo? Te van a encontrar.
” Y yo les respondía, “Pues que me encuentren.
” No sabían que esa decisión iba a cambiar mi carrera y mi vida.
Gracias a una fan que conocí en Estados Unidos, María Kruk, que fue la primera persona que creyó en mí y me creó mis redes, yo comencé a entender el poder que tenía el contacto directo con la gente.

Pero justo cuando empecé a destacar por eso, cuando más conectado estaba con el público, vinieron los problemas.
Yo no lo sabía en ese momento, pero lo que estaba haciendo no le gustó a todos.
Ahí comenzó el escándalo que con el tiempo me terminó sacando de Univisión.
A partir de ahí tuve que aprender a sobrevivir sin televisoras, sin respaldo, solo con mi cámara, una luz de manicurista que me robé y muchas ganas de seguir contando mi verdad porque lo que nadie entendió es que yo no me fui, a mí me sacaron.
Y hoy te voy a contar por qué no.
Yo los he visto.
Sí, mis videos al principio eran bien low quality, pero eran auténticos.

Lucho Borrego, que me criticaba muchísimo, un día me escribe y me dice, “Mauricio, ¿no crees que estás demasiado fuerte en redes?” Y yo le pregunto por y me responde, “Es que tú no solo saliste del closet, tú azotaste la puerta.
” Al principio me dio coraje, pensé, “¿Y a este qué le importa?” Pero después lo entendí.
Tenía razón.
Cuando salí fue un acto de rebeldía total.
Yo hablaba sin filtros.
Decía lo que nadie se atrevía a decir, temas fuertes de todo tipo.
Y sí, lo acepto, fue mi forma de gritarle al mundo que ya no tenía nada que esconder.
Luego aprendí a encontrar mi propio equilibrio, mi tono y comencé a conectar desde otro lugar con el público.

Y ahora que lo mencionas, yo te voy a decir algo que casi nadie sabe.
Cuando yo llego a Sal y Pimienta en Univisión fue una etapa muy complicada.
Tú estabas ahí como conductor junto a Verónica Bastos, Johnny Losada y Roxana.
Johnny se va y me traen a mí para reemplazarlo.
Yo llego con toda la ilusión del mundo, sin saber que me estaba metiendo en una guerra interna entre bandos, el de los de casa, los que llevaban años en Univisión, y el de los nuevos, los mexicanos que llegábamos con Alberto Yurana.
Y sí, lo digo con el corazón en la mano, había tensión, había favoritismos y detrás de cámara se vivían cosas muy feas.
Yo lo sentía.

A veces me iba al camerino con un nudo en la garganta pensando, ¿qué estoy haciendo aquí si esto no se trata de talento, sino de poder? Y mira, te lo agradezco que hoy me pidas disculpas, porque yo también te voy a decir algo.
Yo tampoco estaba bien emocionalmente.
Yo trataba de encajar, pero sabía que había gente que no me quería ahí.
Y sí, fue cuestión de tiempo hasta que el escándalo me terminó sacando.
No fue casualidad, fue una jugada interna y algún día voy a contar con nombres lo que realmente pasó.
Sí, yo creo que sí hubo una división muy clara.
Estaba el grupo que venía de siempre, los de la vieja guardia, y luego estábamos nosotros, la nueva ola que llegaba con Alberto Ciudana.
Y claro, entiendo lo que dices, porque muchos sentían que habíamos caído como paracaidistas, que llegamos a ocupar espacios que ya otros llevaban años esperando.
Y sí, es verdad, hubo roces, hubo resistencia, hubo ego y hubo miedo también.
Del lado de ustedes, los que estaban dentro de Univisión, era normal pensar, ¿por qué traen gente de fuera si aquí ya hay talento? Pero del otro lado, el mío, la presión era enorme.
Yo estaba muy cerca de Alberto y eso generó rumores de todo tipo.
Mucha gente llegó a decir que yo era su pareja.
Imagínate.
Y lo digo con todo el respeto, pero eso se convirtió en un arma que muchos usaron en mi contra.
Para quienes no lo sepan, Alberto Ciudana, que en paz descanse, fue un ejecutivo muy poderoso en Televisa y luego lo traen a Univisión como presidente de contenido.
Y como todo jefe que llega, él trajo a su gente de confianza, entre ellos a mí.
Mi papel era claro, tenía instrucciones específicas.
Literalmente me dijeron, “Vamos a conquistar este canal.
” Yo ni siquiera iba a estar en sal y pimienta.
A mí me trajeron a hacer una telenovela, una telenovela que, por cierto, nunca salió al aire.
Fue algo rarísimo, pero me pagaban muy bien.
Vivía increíble y todo parecía perfecto hasta que un día me llaman y me dicen, “Mauricio, necesitamos que reemplaces a alguien en sal y pimienta.
” Y yo, sorprendido, les digo, “Pero yo no hago espectáculos.
” Y ellos, no importa, inténtalo.
Voy al programa, grabo y al día siguiente me llama Alberto.
Mauricio, le gustaste al productor.
Te vas a quedar unos días a prueba.
Y esos días a prueba se convirtieron en se meses.
Pero lo que la gente no sabe es que detrás de cámaras yo tenía instrucciones muy específicas.
Con quién hablar, qué temas tocar, qué nombres mencionar y hasta con quien debía generar tensión al aire.
Era un juego interno de poder.
No, yo tengo, gracias a Dios, una memoria muy mala.
Pero recuérdame, cuéntame, porque sí, fue una pelea muy fuerte, una que hoy entiendo con otros ojos.
Mira, la verdad es que yo te admiraba muchísimo.
Siempre te consideré un tipo super profesional.
Eres estructurado, llegabas preparado, sabías exactamente qué decir, cómo dirigir la junta, cómo mover al equipo y yo, yo era el nuevo, el que venía a aprender.
Pero ese día todo se salió de control.
La nota era sobre Mónica Spear o Spears, perdón, yo ni siquiera sabía quién era.
En México su historia no era tan conocida.
Y cuando me dicen en la junta, “Mauricio, tú vas a dar la nota.
” Yo pensé, “Bueno, ¿y quién es ella?” Tú me dijiste, “Tranquilo, yo te ayudo al aire.
” Y así fue.
Salimos al aire.
Di lo que sabía.
Tú me complementaste superb, pero al final, cuando terminamos, tú dijiste, “Necesitamos una junta urgente.
No estoy de acuerdo con que se le den notas a alguien que ni siquiera sabe de qué está hablando.
Y yo me quedé helado.
Porque tú sabías que yo te lo había dicho con humildad, que no conocía la historia.
Pero también entendí con los años que no era personal.
Era el ambiente.
Yo había llegado en una época donde todo estaba dividido.
Los de siempre, los históricos de Univisión y nosotros, los nuevos, los que veníamos con Alberto Ciudana.
Y sí, muchos me odiaban, me lo hacían sentir, me decían por los pasillos, ahí va la primera dama de Univisión, imagínate.
Y lo peor es que yo lo sabía, lo escuchaba, pero nunca lo negué.
Porque, seamos honestos, yo tenía un privilegio.
Nadie me tocaba.
Nadie me podía decir nada.
¿Y sabes por qué? Porque estaba muy cerca de Alberto.
Muy muy cerca.
Pero no, nunca fui su pareja.
Lo aclaro.
Éramos amigos, amigos de verdad.
Viajábamos juntos, salíamos a comer, hablábamos de todo y eso la gente no lo entendía.
En un medio lleno de rumores, cualquier cercanía se convierte en historia.
Pero sí hubo un problema, uno muy grave.
y me dolió mucho porque vino de alguien que yo quería.
Todo empezó cuando entra un chico nuevo a Univisión y comenzaron los comentarios.
Ahora ese es el nuevo novio de Alberto.
Yo no sabía nada, ni me constaba ni me interesaba.
Pero justo en ese momento a mí me mandan a hacer una nueva telenovela.
De lunes a sábado grabando y los domingos en sal y pimienta.
Y casualmente ese mismo chico también estaba en la novela y en las mañanas en Despierta América.
Entonces, un día de la nada, en la tarde recibo una llamada, pero no cualquier llamada.
Era uno de los directivos del canal gritándome, insultándome, diciéndome cosas como, “¿Qué te pasa? ¿Cómo muerdes la mano que te da de comer?” Yo me quedé helado, no entendía nada.
Pregunté, “¿Qué hice? ¿Qué pasó?” Y ahí me suelta.
¿Por qué andas diciendo que Alberto es la pareja de este niño? Imagínate mi cara.
Yo ni sabía de qué me hablaban, ni siquiera sabía que eso se estaba diciendo, pero ya todo estaba armado.
El rumor, la acusación, el señalamiento, no voy a decir nombres, no hace falta.
Los que saben de Univisión ya conectaron las piezas, pero fue algo muy grave, porque de repente me vi en medio de una tormenta que no provoqué.
Me estaban acusando de haber dicho algo que jamás dije.
Y lo peor es que en ese entorno callarte era lo más fácil.
Yo era mexicano nuevo y sabía que si respondía mal me destruían.
Me estaban pintando como el traidor, el que reveló un secreto que ni siquiera conocía.
Pero lo que realmente estaba en juego no era el chisme, era mi sueño.
Mi sueño de toda la vida, la televisión.
Yo crecí soñando con estar ahí y de pronto esa llamada me hizo sentir que todo se había terminado, que el monstruo del sistema me acababa de aplastar y claro, traté de defenderme.
Le dije al subdirector, “A ver si este chavo dice que yo lo dije, juntanos.
” Que me lo diga en la cara delante de la directora de la novela.
Pero nunca lo hicieron.
No querían la verdad.
Querían un culpable.
Y el más fácil era yo.
Hasta la directora de la novela se hartó.
les colgó el teléfono y les dijo, “La próxima llamada la atenderá mi esposo, que es abogado.
” Ahí se armó el verdadero caos, porque ya no estaban tratando con un actor, estaban enfrentándose a una demanda y claro, el escándalo taparon.
Silencio total.
¿Y quién pagó los platos rotos? Yo me borraron del mapa, me dejaron fuera, pero con el tiempo entendí algo.
A veces, cuando sientes que la vida te destruye, en realidad te está empujando hacia tu propósito.
En ese momento yo lloraba, sentía que mi carrera había muerto.
Y hoy miro atrás y digo, “Gracias, porque ese golpe fue el que me obligó a reinventarme, a contar mi verdad y a ser libre.
Agradezco también tus palabras, porque sé que tú tampoco estabas bien.
En esa última etapa todos estábamos desgastados.
Había desencanto, tensión, dolor.
Y sí, tú mismo lo dijiste, no eras tu mejor versión.
Bueno, moviéndonos a otro espacio, déjame decirte algo.
Esa etapa fue increíblemente exitosa para nosotros.
Fue sin duda una de las más fuertes y más vistas de la cadena.
La química que teníamos los cinco, Lourdes, Rodner, Verónica, Tania y yo, era algo mágico.
Había una energía muy especial entre nosotros, una conexión real que el público sentía y eso se reflejaba en pantalla.
Yo aprendí muchísimo de ustedes porque todos venían de una gran trayectoria en el mundo del espectáculo.
Para mí fue una etapa preciosa, una escuela y la recuerdo con mucho cariño.
Yo nací en un pueblito chiquito de México, se llama Extapan de la Sal, un lugar de apenas 30,000 habitantes, o sea, para mi país eso es nada, una miniatura.
Está en el sur del Estado de México.
Crecí con mi abuelita y con ella nació mi amor por el arte.
Ella veía todas las telenovelas, todas.
Y yo, desde niño me sentaba con ella a imitarlas, les bailaba, les actuaba, soñaba con estar dentro de la pantalla.
Siempre quise ser uno de esos que veía en la televisión, pero era un sueño que se sentía muy lejano.
Imagínate, un niño de un pueblo diminuto soñando con llegar a la televisión nacional parecía imposible.
Pero yo te voy a decir algo, la mente es muy poderosa.
Yo siempre le digo a la gente en mis redes, “Sueña bonito, que se cumple.
” Y lo digo porque lo viví.
Me acuerdo perfecto.
Tenía 15 años.
Estaba acostado en mi cama viendo el techo de mi cuarto en Extapan de la Sal y me repetía, “A los 18 años me voy del pueblo.
No me importa cómo, pero me voy y voy a entrar a Televisa.
” A los 17:30 me fui.
No entré a Televisa, pero entré a TV Azteca.
Y mira cómo es la vida.
En ese momento, mis papás estaban separados.
Fue una etapa durísima porque yo era muy apegado a mi mamá, pero la ruptura los tenía a los dos en su propio caos.
Entonces, cuando les dije, “Me quiero ir a la ciudad de México.
” Fue como, “Ah, bueno, vete.
” No porque no me quisieran, sino porque no podían ver más allá del dolor que estaban viviendo.
Y sí, tuve mi primer novio.
Él fue quien me dijo, “Vámonos a la ciudad, allá tienes futuro.
” Y yo, sin pensarlo, me fui.
Entré al CEFAC, la escuela de actuación de TV Azteca, que era su versión del CA de Televisa.
Y fíjate las vueltas del destino.
Fui compañero de Nimel Conde, de Mariana Vega, de Luis Ernesto Franco.
Una generación de talentos que después brillaron muchísimo.
Ninel siempre bromea que somos de la misma generación, aunque ella es un poquito más grande, se lo he dicho en su cara, pero coincidimos en esa época y todo iba bien hasta que un día algo pasó que me marcó profundamente, algo que me hizo decir, “No quiero volver a saber de la televisión.
” Resulta que el director de la escuela, uno de los grandes ejecutivos de ese momento, me manda a llamar.
Me dicen, “Mauricio, hoy al mediodía tienes una comida con fulanito de tal.
” Y claro, yo era un chavito de 18 años, ingenuo, sin malicia, creyendo que era algo profesional.
Fuimos a comer.
Recuerdo que hablábamos muy bien.
Teníamos cosas en común porque él era de un pueblo cercano al mío.
Y de repente, en medio de la charla, así sin más, me dice, “Me gustas.
” Yo me quedé en Soc.
No supe ni qué decir.
En ese momento, solo atiné a responderle con torpeza.
Tú a mí no.
Hoy, con la madurez que tengo, quizá lo hubiera manejado distinto.
Hubiera sabido cómo salir de esa situación sin provocar una reacción.
Pero en ese momento era un niño.
Y claro, al día siguiente me llaman a dirección y me dicen, “Estás dado de baja.
” Así, sin explicación, sin oportunidad, sin voz.
Pero yo no me quedé callado.
Me paré frente a la dirección y les dije, “Espérate, tú, Raúl Quintanilla, que te llenas la boca hablando de valores, sabes perfectamente por qué me están dando de baja.
” Y ahí fue cuando entendí que el mundo de la televisión no era lo que yo imaginaba.
que detrás del glamur había mucho poder, muchos intereses y mucha hipocresía.
Entonces él me dice, “Mira, no podemos hablar de esto.
Vete un año a estudiar teatro, te mando a una escuela y el siguiente año regresas.
” Y yo en ese momento dije que sí, pero cuando llegué a esa escuela de teatro me di cuenta de que no quería estar ahí.
Sentí que mi mamá tenía razón, que todo eso que las mamás te dicen, esa ciudad te va a comer, te va a cambiar, te va a hacer daño.
Era verdad.
Y así fue.
Me alejé completamente de la televisión por 3 años.
No quería saber nada, nada.
Fue ahí cuando empecé a preguntarme qué otra cosa me gusta hacer en la vida y me acordé de algo que siempre había estado ahí, el cabello.
Desde niño tenía una fascinación con el pelo.
Imagínate, mi mamá siempre con el cabello corto y las chicas que trabajaban en la casa con el cabello largo.
Y claro, los pleitos eran eternos porque me encontraban en los cuartos de ellas peinándolas, trenzándolas, haciéndoles moños.
Mi hermana no jugaba con Barbies, pero yo sí.
Nos cambiábamos las cartas de Santa Claus.
Ella pedía juegos de mesa y yo le decía, “Pídeme la Barbie patinadora, la Barbie sirena, la que tenga más pelo.
” No era por la muñeca, era por el cabello.
Tenía una fijación.
Entonces, cuando decido cambiar de rumbo, digo, “Quiero ser estilista.
” Y claro, imagínate la cara de mis papás.
Mi papá ya estaba en shock con que yo no iba a ser el típico hombre de traje y ahora les digo que quiero ser estilista.
En esa época el sinónimo era lo más cliché a estilista, seguro mariconzón, pero no me importó.
Estudié, terminé la carrera y tuve la suerte, el ángel, como yo digo, de conectar rápido con la gente indicada.
Yo estudiaba en las mañanas y en las tardes me iba de asistente a una cadena muy famosa de salones en México para aprender lo real, lo que no enseñan en la escuela.
Y un día, ya casi por terminar, una amiga me dice, “Mauricio, en el salón de Silvia Galván, que acaba de morir y era una de las estilistas más famosas de México, están buscando abrir un área VIP.
Ella atendía a todas las estrellas, Galilea, Belinda, todas.
Y quieren a alguien que tenga buena imagen, alguien carismático.
Yo creo que tú eres el indicado.
” Y yo le dije, “Pero no tengo experiencia.
” y me dice, “No te preocupes, te ponemos a alguien con experiencia al lado, tú eres la cara.
” Y así fue.
Empecé en ese mundo.
Trabajé 3 años en ese salón atendiendo a gente que antes solo veía en la televisión.
Fue una etapa hermosa.
Aprendí muchísimo, crecí, sané.
Hasta que un día, estando en casa, prendo la televisión y aparece un anuncio de Televisa castierto para nuevos talentos.
Mira, yo no lo había dicho así de claro nunca, pero sí, ese fue el escándalo que me sacó de Univisión.
No fue una renuncia, no fue que yo quise irme.
Me sacaron, me etiquetaron, me señalaron y me callaron.
Todo empezó con un chisme que ni siquiera nació de mí, pero se volvió una bola de nieve que nadie quiso detener.
Me acusaron de decir cosas que jamás dije, de supuestamente ventilar una relación privada entre un directivo y un conductor.
Pero nadie se preguntó por qué o quién tenía interés en hacerme quedar mal.
Fue más fácil convertir a Mauricio Mejía en el villano.
Yo lo único que hice fue trabajar, seguir instrucciones, hacer mi trabajo, dar lo mejor de mí en cámara.
Pero detrás de cámaras había poder, egos, intereses.
Y cuando eres nuevo, cuando no perteneces al grupo de siempre, cualquier rumor te puede costar la carrera.
Y sí, hubo llamadas, gritos, humillaciones.
Me dijeron cosas como, “¿Muerdes la mano que te da de comer o no sabes con quién te estás metiendo?” Yo tenía 20in y pico de años y sentí que mi sueño se estaba derrumbando en segundos.
¿Y sabes qué fue lo peor? que nadie salió a defenderme, nadie.
Me dejaron solo y lo entiendo porque en ese ambiente si defiendes a alguien te hundes con él.
Pero con el tiempo entendí algo, me hicieron un favor, porque yo no nací para estar en un lugar donde se calla la verdad por miedo.
A mí me dolió, me partió el alma, pero gracias a eso empecé mi camino real.
Empecé a crear desde mí, sin pedir permiso, sin tener que fingir.
El escándalo me quitó muchas cosas.
Sí, pero también me dio libertad.
Hoy no me interesa limpiar mi nombre porque quien tiene memoria sabe quién soy y quién no, pues que se quede con el titular.
Yo me quedo con la paz de haber sobrevivido a un sistema que si no te acomodas te expulsa.
Y hoy puedo decirlo sin miedo.
Sí, me sacaron de Univisión, pero jamás pudieron sacarme de mi propósito.
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