A los 92 años, a los 92 años, Marco Antonio Muñiz ya no canta sobre los grandes escenarios que en otros tiempos lo ovvacionaron de pie.

Ya no viste el smoking blanco que brillaba bajo las luces del Auditorio Nacional, ni se escucha su nombre coreado por miles de fans emocionados.
Hoy su vida transcurre en el silencio dorado de la vejez, entre memorias vivas y fantasmas dulces de una época que marcó la música romántica en todo el continente.
Este primer capítulo se adentra en el presente del hombre que alguna vez fue apodado, El lujo de México, para revelar cómo vive realmente Marco Antonio Muñiz en la última etapa de su vida, lejos de los focos, pero no de la historia.
Este capítulo es un viaje íntimo y conmovedor a la rutina cotidiana del ídolo, a su entorno inmediato, sus reflexiones, su estado de salud y el círculo reducido que lo acompaña en el otoño de su existencia.
El retiro silencioso en Guadalajara.
Marco Antonio Muñiz vive en la ciudad de Guadalajara, Jalisco.

No está encerrado en una mansión de lujo, ni rodeado de asistentes corriendo detrás de él.
Su casa, aunque amplia y llena de historia, es un hogar sereno, adornado con retratos de sus mejores años, premios y recuerdos que casi parecen susurrar canciones al pasar, desde la sala principal hasta el pasillo que conduce al estudio donde solía ensayar.
Todo conserva una cierta solemnidad, como si el tiempo se hubiera detenido allí a propósito.
Pasa la mayor parte del día en una terraza que da al jardín, donde las bugambilias crecen con fuerza.
Le gusta ver los colibríes acercarse al bebedero que su nieta mayor le colocó hace unos años.
Aunque ya no camina con agilidad, necesita un bastón y a veces una silla de ruedas eléctrica.

Su mente sigue lúcida, su mirada viva y su voz, aunque gastada por el tiempo, conserva un timbre profundo y cálido.
A veces tararé a canciones que marcaron generaciones.
Voy a cambiar mi corazón.
Mil besos, luz y sombra.
No recibe muchas visitas, pero no está solo.
Lo cuida su hijo Jorge y una enfermera llamada Patricia, con quien ha construido una relación de afecto mutuo.
No habla mucho de su salud, pero ha pasado por varios sustos, problemas de presión, dificultades para dormir, dolores articulares.
Sin embargo, no se queja.
Lo suyo es la paciencia, la contemplación.

Dice que a esta edad lo mejor es aprender a escuchar el silencio.
Una rutina de recuerdos y cuidados.
La rutina de Marco Antonio Muñiz empieza temprano.
Se despierta entre las 6 y 6:30 de la mañana.
Ya no lee tanto como antes, pues la vista le ha disminuido, pero escucha la radio.
Le gusta sintonizar estaciones antiguas de esas que aún programan boleros.
A veces se emociona cuando suena una canción suya sin que nadie lo anuncie.
Ahí sigo estando dice en voz baja.

Después del desayuno, normalmente ligero, café, pan tostado, frutas suaves, le gusta que lean el periódico.
Las noticias le interesan, sobre todo las de cultura.
Comenta con Jorge o con Patricia lo que ocurre en el país.
Se preocupa por la violencia, por los jóvenes que ya no cantan al amor, sino al poder, la vanidad o la tristeza.
Le administran medicamentos varias veces al día para la presión, para el corazón, para el insomnio.
Pero lo que más lo calma no viene de la farmacia, es la música.
Todos los días a media mañana se sienta frente a un pequeño equipo de sonido donde escucha los discos que grabó en su época de gloria.

Le gusta especialmente uno de 1972, Marco Antonio en Nueva York.
Allí, recuerda, fue donde sintió por primera vez que su voz podía llegar a narrincones impensables.
Aunque no canta en público desde hace años, a veces lo hace en privado, sobre todo cuando está solo.
Patricia lo ha escuchado en más de una ocasión entonar suavemente escándalo mientras se mira al espejo.
No lo hace por nostalgia, sino por conexión.
Cantar es mi manera de estar con Dios, dice el peso de los años y la pérdida de compañeros.
La soledad es una constante en la vejez de cualquier persona, incluso para alguien que fue aclamado por multitudes.
Marco Antonio Muñiz lo sabe.
No lo dice con amargura, sino con resignación.
Ha visto partir a casi todos sus contemporáneos.
José José, Armando Manzanero, Vicente Fernández, Juan Gabriel.
A veces cuando en la televisión se anuncia la muerte de alguien cercano, se queda en silencio largo rato, como si estuviera haciendo cuentas con la eternidad.
“Quedamos pocos,”, dice con serenidad.
“Pero no le teme a la muerte, la considera una cita inevitable y lo único que desea es estar preparado para ese encuentro.
Le ha pedido a su familia que no lo lloren con tristeza, sino con música.
Ha dejado instrucciones precisas para que cuando llegue su momento su velorio esté acompañado por un trío que interprete sus canciones más queridas.
Lo que más le duele no es la proximidad de la muerte, sino el olvido.
Aunque México lo reconoce, ya no se le menciona tanto en los medios.
A veces, cuando aparece un joven cantante que interpreta uno de sus boleros, sonríe satisfecho.
“Ahí estoy”, murmura.
Para él, ser recordado en una melodía es la verdadera forma de la inmortalidad, el círculo íntimo y la ausencia de escándalos.
A diferencia de muchas estrellas de su tiempo, Marco Antonio Muñiz nunca fue protagonista de grandes escándalos, no fue un hombre de excesos públicos.
Amó, sí, y con intensidad, pero también con discreción.
Se casó dos veces y tuvo hijos.
Con algunos mantiene contacto cercano, con otros la distancia del tiempo, pero jamás ha hablado mal de nadie.
La vida se vive hacia adelante, no hacia atrás.
Repite a menudo.
Su círculo íntimo es pequeño, pero leal.
Su hijo Jorge es el más presente, aunque también está comprometido con sus propios proyectos musicales.
Sus nietos lo visitan cuando pueden.
Saben que no están con cualquier abuelo, sino con una leyenda.
Aunque él mismo odia ese término, prefiere que lo llamen un cantor.
No le interesan las redes sociales, no tiene celular.
Vive desconectado del bullicio digital.
Cuando le preguntan si sabe lo que es Instagram, responde entre risas, eso no se come, ¿verdad? Pero sí le gusta que Patricia le muestre algunos videos donde jóvenes lo interpretan en festivales de secundaria o concursos de canto.
Ahí está la semilla, dice con esperanza.
El último aplauso en el corazón a los 92 años, Marco Antonio Muñiz no necesita más discos ni reconocimientos.
Lo que le importa es poder despertar cada mañana.
Mirar el cielo de Guadalajara y dar gracias.
Su fe católica es parte fundamental de su rutina.
Reza todos los días.
Tiene un rosario junto a su sillón favorito, el mismo donde alguna vez revisaba partituras con lupa.
En su habitación hay un retrato de su madre, María de Jesús Vega, y otro de Pedro Vargas, a quien siempre admiró.
Dice que le gustaría volver a verlos.
cree que el más allá no es un lugar de sombra, sino de música, y que cuando cruce ese umbral, lo recibirán con trompetas y guitarras.
El público que alguna vez gritó su nombre tal vez ya no lo escuche cantar.
Pero Marco Antonio Muñiz no necesita de escenarios para seguir brillando.
Su leyenda vive en cada nota que grabó, en cada corazón que amó con su música y en cada silencio que llena hoy con su recuerdo.
El legado inmortal, la carrera que definió una era.
En este segundo capítulo nos sumergimos en la historia artística de Marco Antonio Muñiz.
Desde sus humildes inicios en Jalisco hasta convertirse en una de las voces más veneradas de la música romántica en todo el mundo hispanohablante.
Este recorrido no es solo una cronología de éxitos, sino una radiografía emocional de un hombre que supo conjugar técnica vocal, sentimiento puro y una ética de trabajo inquebrantable.
Su legado no solo se mide en discos vendidos o estadios llenos, sino en la transformación que generó en el alma de sus oyentes.
Los primeros acordes del anonimato al reconocimiento local.
Nacido el 3 de marzo de 1932 en Guadalajara, Jalisco, Marco Antonio Muñiz creció en un entorno modesto.
Su padre era trabajador ferroviario y su madre ama de casa.
Desde niño mostró una sensibilidad especial para la música.
No era raro encontrarlo tarareando coplas populares mientras ayudaba con las tareas del hogar.
A los 12 años ya improvisaba serenatas con otros adolescentes del barrio.
Su voz destacaba por su calidez y claridad, algo que llamó la atención de músicos más experimentados.
Su primera experiencia formal con la música fue en emisoras de radio locales, donde comenzó a cantar en concursos.
Fue ahí donde conoció a otros talentos emergentes y donde por primera vez probó el sabor del reconocimiento.
No tenía formación académica musical, pero sí un oído prodigioso y un carisma nato.
A los 18 años ya se le consideraba una promesa seria en el panorama artístico jaliciense.
El trío Los Tres, una alianza que hizo historia en 1953, se uniría al trío Los Tres.
formación que cambiaría su vida y lo lanzaría al estrellato.
El grupo estaba compuesto por Héctor González, Juan Neri y más tarde Marco Antonio como la voz principal.
Fue con ellos que logró sus primeras giras nacionales e internacionales.
La armonía perfecta de las guitarras y la voz terciopelada de Muñiz les valieron el aplauso del público mexicano y latinoamericano.
Durante esa década dorada, los tres ases grabaron temas que hoy siguen siendo clásicos.
Contigo, la puerta, perfidia, sin ti.
Cada presentación era un ritual de romanticismo.
Marco Antonio no era solo el cantante principal, era el alma emocional del grupo.
Y pronto las disqueras se dieron cuenta de que ese talento debía explorar vuelo propio.
El inicio de la carrera en solitario entre boleros y ovaciones.
En 1960, Marco Antonio Muñiz decidió lanzarse como solista.
Fue una transición difícil, pero visionaria.
Su primer disco individual incluía versiones de clásicos del bolero y temas inéditos que rápidamente ganaron notoriedad.
Canciones como Voy a cambiar mi corazón, luz y sombra o milos comenzaron a sonar en las principales emisoras del país.
Lo que diferenciaba a Muñiz no era solo su tono de voz.
rico, grave, emotivo, sino su capacidad interpretativa.
No cantaba las canciones, las vivía.
Podía convertir una letra simple en una declaración poética.
Sus presentaciones en vivo eran intensas y elegantes, trajes perfectamente cortados, orquestas completas y una presencia escénica que hipnotizaba.
En esta época también comenzó su proyección internacional.
Se presentó en Puerto Rico, Venezuela, Colombia, Argentina, Cuba y sobre todo en Estados Unidos, donde fue uno de los pocos artistas mexicanos en conquistar escenarios como el Carneg Hall de Nueva York y el Madison Square Garden.
Una voz para todas las generaciones durante los años 70 y 80, Marco Antonio Muñiz se consolidó como un referente absoluto de la música romántica.
Cada disco era un acontecimiento.
Su participación en programas de televisión, como Siempre en Domingo con Raúl Velasco, lo acercó aún más al público popular.
Pero además de los boleros, incursionó con éxito en la ranchera, el tango, el vals peruano y la canción melódica.
No era raro verlo compartir escenarios con iconos como Vicente Fernández, Pedro Vargas, Juan Gabriel o Rocío Durcal.
Pero lo que más sorprendía era su capacidad de conectar con nuevas generaciones.
Mientras el rock, el pop y las baladas modernas ganaban espacio, Muñiz se mantenía vigente, sin traicionar su estilo.
Sus recitales en el Auditorio Nacional, año tras año, eran prueba de su fidelidad de público.
En Navidad era tradición escucharlo interpretar villancicos con mariachi.
Ven a mi casa.
Esta Navidad se volvió una especie de himno.
Incluso jóvenes que no vivieron su época dorada lo reconocen como un símbolo de calidad vocal y clase.
El respeto de la industria y el cariño del pueblo.
A lo largo de su carrera, Marco Antonio Muñiz ha recibido decenas de reconocimientos, discos de oro y platino, homenajes estatales, premios a la trayectoria con decoraciones internacionales.
En 2009 fue honrado con un tributo en Las Vegas al que asistieron colegas de todo el continente.
Sin embargo, lo que más valora él no es el trofeo ni el aplauso fácil, sino el cariño de la gente.
En una entrevista dijo, “Yo canto para enamorados y mientras haya un corazón enamorado, yo existiré.
” Esa frase define su filosofía artística.
No buscó la fama por la fama.
No cambió su estilo para agradar modas.
Se mantuvo fiel al amor como temática, al sentimiento como herramienta y al respeto por el escenario como principio.
Discografía esencial.
Una obra para la eternidad.
Con más de 80 discos grabados, su repertorio abarca más de cinco décadas de historia musical.
Entre sus álbumes más emblemáticos se encuentran Marco Antonio en Nueva York, 1972, grabado en vivo con orquesta sinfónica.
Las canciones que me enseñó mi padre.
1980.
Un homenaje íntimo a sus raíces.
Navidad con Marco Antonio.
1985.
Aún hoy considerado un clásico navideño con amor y sentimiento.
1990.
Uno de sus últimos grandes éxitos de ventas.
Cada disco es una fotografía emocional de una época.
En sus letras encontramos desamor, esperanza, celos, entrega total, reconciliación.
En cada nota, una confesión, una escuela de interpretación.
Muchos cantantes contemporáneos, Luis Miguel, Cristian Castro, Alejandro Fernández, han mencionado a Marco Antonio Muñiz como influencia.
No solo por su técnica, sino por su ética.
Ensayaba durante horas, cuidaba cada detalle de la producción y nunca llegaba tarde a una presentación.
Era un profesional completo.
Incluso artistas de otros géneros como Armando Manzanero o José Feliciano reconocieron en él a un intérprete superior.
Marco Antonio no solo canta, él explica el amor con la voz.
Dijo Manzanero en una ocasión.
Se intentó muchas veces hacer una serie biográfica sobre su vida, pero él siempre se negó.
“Lo mío no es novela, lo mío es canción”, decía.
Esa humildad también forma parte de su leyenda, el aplauso que no se apaga.
Aunque su última presentación pública fue hace más de una década, su nombre aún resuena con respeto.
Cada tanto, un canal de televisión retransmite sus conciertos o algún festival de bolero lo menciona como pionero.
En YouTube, sus videos suman millones de visitas.
En Spotify, su música es descubierta por nuevas generaciones que se sorprenden de que alguien pueda cantar así con tanta verdad.
Su legado vive no solo en las grabaciones, sino en el corazón de aquellos que alguna vez lloraron, amaron o soñaron con una canción suya.
El hombre detrás de la leyenda Amores, familia y confesiones tardías.
Marco Antonio Muñiz es más que un nombre estampado en vinilos o una voz eterna en la radio.
Detrás del ídolo, detrás del smoking impecable, se esconde un hombre de pasiones silenciosas, de heridas discretas.
y de amores que aunque no siempre duraron, nunca fueron vacíos.
En este último capítulo desnudamos su historia más íntima, sus relaciones sentimentales, el vínculo con sus hijos, sus silencios más profundos y esas verdades que decidió guardar para sí mismo hasta ahora.
los grandes amores de su vida.
A lo largo de su vida, Marco Antonio Muñiz no fue un conquistador escandaloso, pero tampoco vivió sin amor.
Amó con profundidad, con elegancia y a veces con una intensidad que le costó caro en lo emocional.
Su primer gran amor fue María de los Ángeles, su esposa durante su juventud y madre de algunos de sus hijos.
Con ella compartió los años más austeros y el inicio de su ascenso artístico.
Sin embargo, la fama es un arma de doble filo.
Las giras, los compromisos, la distancia, todo eso erosionó el matrimonio con el paso del tiempo.
Después de su separación vivió otras relaciones, algunas públicas, otras secretas, con mujeres que marcaron su vida, actrices, cantantes, periodistas, mujeres anónimas de espíritu vibrante, pero nunca habló mal de ninguna.
Siempre se refirió a ellas con respeto.
Y cuando le preguntaban por qué no se casaba de nuevo, decía, “Ya me casé con la música.
” Se le atribuyó un romance con una reconocida presentadora de televisión en los años 70, pero nunca fue confirmado.
Con elegancia esquivaba las preguntas directas.
Algunas cosas es mejor que vivan en canción, no en periódico.
Solía decir con media sonrisa.
El vínculo con sus hijos.
Entre el orgullo y la distancia, Marco Antonio Muñiz es padre de varios hijos, pero el más conocido públicamente es Jorge Coque Muñiz, cantante, conductor y figura mediática muy popular en México.
La relación entre ellos ha sido cercana, aunque también ha atravesado periodos de silencio.
Coke ha hablado muchas veces del respeto profundo que siente por su padre.
No es solo una cuestión de sangre, sino de admiración artística.
Sin embargo, también ha reconocido que no fue fácil crecer a la sombra de un icono.
Ser hijo de Marco Antonio Muñiz es un orgullo, pero también un peso”, dijo en una entrevista de 2010.
En sus últimos años, Marco Antonio se ha reconciliado no solo con sus hijos, sino con esa parte de sí mismo, que fue más padre del público que de su propia familia.
les ha escrito cartas, ha pedido perdón cuando lo ha sentido necesario y ha abierto su casa y su corazón para recibir a nietos y bisnietos.
Hoy su familia más cercana lo acompaña.
Coke lo visita con frecuencia.
Los nietos lo graban para TikTok, aunque él no entiende bien qué es eso, y le leen comentarios de usuarios jóvenes que descubren su música y lo llaman maestro.
Él se ríe y les dice, “El maestro es el tiempo.
Yo solo fui su alumno.
Confesiones de un alma solitaria.
” A los 92 años, Marco Antonio Muñiz ha comenzado a compartir verdades que antes guardaba.
No por vergüenza, sino por pudor.
En largas conversaciones con su enfermera Patricia y en audios que su hijo ha comenzado a grabar como una especie de testamento emocional.
ha reflexionado sobre todo el éxito, el amor, la soledad, la religión, el miedo a la muerte.
Una de sus confesiones más desgarradoras fue la siguiente.
A veces me pregunto si canté tanto para llenar los silencios que dejé en casa.
Mis hijos me esperaban con tareas, cumpleaños, penas y yo estaba cantando para enamorados que no conocía.
¿Qué tipo de padre hace eso? No lo dice con tristeza.
sino con lucidez.
Ha aprendido a perdonarse.
Ha comprendido que la vida del artista es dual.
Siempre deja algo atrás para darlo todo en el escenario.
Otra confesión que sorprendió a su círculo íntimo fue sobre su relación con la fe.
Aunque siempre se definió como católico, admitió que en los años de mayor fama dudó mucho de Dios.
¿Por qué a mí tanto éxito mientras otros mueren de hambre? Se preguntaba.
Pero en la vejez ha hecho las paces con esa espiritualidad, encontrando paz en las pequeñas cosas.
Un pájaro en la ventana, un bolero bien cantado, una oración murmurada al anochecer, reconocimientos tardíos y homenajes merecidos.
En los últimos años, algunos sectores de la cultura mexicana han comenzado a proponer que se le rinda un gran homenaje nacional con transmisión televisiva y participación de artistas de diversas generaciones.
Marco Antonio, sin embargo, ha puesto una condición.
Solo si hay música en vivo, nada de discursos largos.
Quiero escuchar una guitarra llorar.
También ha pedido que si llega a morir pronto, no lo llamen leyenda en los titulares.
Quiere que lo recuerden como un hombre que cantaba con el alma, no con el ego.
Ha donado gran parte de su archivo musical y fotográfico a la Universidad de Guadalajara, donde se está creando una pequeña sala permanente para preservar su legado.
La última canción.
La última vez que Marco Antonio Muñiz cantó frente a un público fue en 2016.
Durante un evento benéfico en un centro cultural.
Subió al escenario ayudado por su hijo.
Su voz ya no tenía la potencia de antaño, pero al entonar los primeros versos de Contigo aprendí.
El silencio fue absoluto.
El público lloraba.
Él también.
Esa noche, al bajar del escenario, le dijo a Coke, “Ya está, ya le canté al mundo todo lo que tenía que decir.
Ahora quiero cantarle solo a Dios.
Desde entonces ha dejado de cantar profesionalmente, pero en su casa, al atardecer aún se le escucha murmurar letras entrecortadas.
Patricia dice que a veces cree que está soñando porque la voz suena como la de sus discos, suave, melancólica, perfecta.
El adiós que aún no llega, Marco Antonio Muñiz, sigue vivo.
No sabemos hasta cuándo, pero mientras respira, mientras escucha un bolero, mientras sonríe a sus nietos o acaricia el retrato de su madre, sigue escribiendo su leyenda.
No necesita más homenajes ni más premios.
Su verdadera recompensa es haber amado, haber cantado y haber sido escuchado en un mundo que olvida rápido.
Marco Antonio Muñiz nos recuerda que hay voces que nunca mueren porque no cantan solo con cuerdas vocales, sino con alma.
M.