A los 68 años, Ricardo Darín FINALMENTE admite lo que todos sospechábamos.

con toda la información que él tenía y que habían hecho investigación.

image

Durante décadas fue el hombre más respetado del cine hispanoamericano.

La elegancia silenciosa, la mirada intensa, el porte de galán maduro que nunca se dejó corromper por el escándalo.

Ricardo Darín no solo protagonizó películas inolvidables como El secreto de sus ojos o Carancho, se convirtió en un símbolo moral, en el referente de una argentina que aún creía en los héroes decentes.

Pero a los 68 años algo se quebró.

Ya no era la misma figura incuestionable.

Comenzaron a escucharse murmullos.

Años de silencio estallaron en una confesión inesperada.

Erika Rivas, Valeria Bertucheli, dos actrices, dos testimonios y un hombre que durante años guardó silencio.

¿Fue un error de carácter, un abuso de poder silencioso o simplemente el precio de haber sido colocado en un pedestal demasiado alto? Las palabras que Darín pronunció en su reciente entrevista no solo descolocaron a la prensa, sino también a los millones que aún lo veían como el último caballero del cine.

image

Esta noche vamos a abrir la caja de recuerdos que Darí quiso mantener cerrada porque hay una verdad incómoda escondida en el corazón del éxito.

Una verdad que él mismo finalmente ha decidido admitir.

¿Qué ocurrió? realmente entre bambalinas.

¿Y por qué aquellas dos mujeres decidieron romper el silencio después de tanto tiempo? ¿Puede un icono reconocer sus errores sin perderlo todo? Prepárate.

La historia que estás a punto de escuchar podría cambiar para siempre lo que creía saber sobre Ricardo Darín.

Ricardo Darín nació el 16 de enero de 1957 en Buenos Aires, Argentina, en el seno de una familia profundamente ligada al mundo del espectáculo.

Su padre, Ricardo Darín Senior, era un actor de teatro reconocido en la escena porteña, mientras que su madre, René Roxana, también era actriz.

image

Desde muy pequeño, Darin creció entre bambalinas, rodeado por luces, aplausos y guiones, absorbiendo de forma casi inconsciente la pasión por el arte dramático.

No fue una infancia convencional ni mucho menos sencilla.

La inestabilidad económica de la familia y las largas ausencias de sus padres por motivos laborales marcaron su carácter reservado, introspectivo, pero también agudo y observador.

Con apenas 10 años, Ricardo debutó en televisión en el programa Alta Comedia.

No pasó mucho tiempo antes de que su rostro comenzara a ser familiar en los hogares argentinos.

Su talento natural, su dicción impecable y una madurez sorprendente para su edad lo convirtieron en un actor juvenil prometedor.

A los 16 ya participaba en telenovelas de éxito como Estación Retiro y mi cuñado.

Pero lejos de perderse en los alagos, Darin se mantenía firme en una disciplina de hierro.

Siempre serio, siempre enfocado.

image

Durante su adolescencia, mientras sus compañeros se distraían con salidas o fiestas, él prefería ensayar textos de Shakespeare, leer a Borges o estudiar a los grandes actores del cine italiano.

Tenía un objetivo claro, no ser solo el hijo de, sino construir su propio camino.

Esta actitud lo llevó a desarrollar una ética profesional rígida, algo que más tarde se transformaría en un arma de doble filo.

En los años 70 y 80, cuando Argentina atravesaba dictaduras, censura y crisis, Derín decidió mantenerse alejado de la política activa.

Nunca militó ni se pronunció abiertamente sobre partidos, lo que le valió críticas de algunos colegas más comprometidos.

Sin embargo, en su entorno cercano se sabía que aborrecía la violencia, detestaba los autoritarismos y sostenía una firme creencia en la libertad individual.

Su refugio siempre fue el escenario.

Ahí sentía que podía decirlo todo sin pronunciar una sola consigna.

Fue en aquella etapa temprana que conoció a Florencia Bas, con quien se casaría más tarde y tendría dos hijos.

image

La relación entre ambos se gestó lejos de las cámaras en una cafetería del barrio de Palermo y se convirtió en una historia de amor silenciosa pero firme.

Bas, ajena al mundo del espectáculo, fue el ancla emocional de Darín durante los momentos más inestables de su carrera.

Ella, según él mismo ha confesado, fue su voz de la conciencia durante los días de mayor euforia.

Los años 90 marcaron su salto definitivo al cine de autor.

Ya no era solo el actor de comedias o telenovelas populares.

Darin comenzó a trabajar con directores como Adolfo Aristarain y Fabián Bielinski, desarrollando un estilo sobrio, contenido, pero cargado de intensidad emocional.

Películas como Nueve Reinas lo posicionaron como una figura internacional, pero incluso en esos momentos de éxito, quienes lo conocían sabían que Darin nunca fue un hombre fácil.

image

Exigente al extremo, obsesionado con el detalle y reácio acceder en sus convicciones, comenzó a forjarse una reputación ambigua, el actor perfecto para la cámara, pero no necesariamente el más amable entre bastidores.

Y así, mientras la industria lo veneraba como un símbolo de integridad, en su círculo más íntimo ya comenzaban a notarse las primeras grietas: tensiones contenidas, silencios forzados, miradas que decían más que las palabras.

El verdadero punto de inflexión en la carrera de Ricardo Darín llegó a principios de los años 2000, cuando el cine argentino comenzaba recuperar prestigio internacional después de años de crisis.

Y fue él, con su presencia imponente y su capacidad actoral, sin estridencias, quien se convirtió en el rostro de ese Renacimiento.

Nueve Reinas, 2000, dirigida por Fabián Bielinski, fue el primer gran golpe.

En ella, Darid interpretó a un estafador carismático, un personaje ambiguo que marcaría una constante en su carrera.

Hombres complejos, éticamente grises, capaces de seducir al espectador mientras oculta en una herida interna.

La película fue un éxito de taquilla y de crítica.

Y Darin dejó de ser una estrella nacional para transformarse en un referente del cine latinoamericano.

Lo llamaban el Deniro del Sur.

Productores españoles y franceses comenzaron a buscarlo.

Su nombre empezó a figurar en festivales internacionales y por primera vez Hollywood se interesó seriamente en él.

Pero Darin, con la misma frialdad con la que estudiaba cada personaje, rechazó múltiples propuestas.

No buscaba fama global.

Quería controlar su carrera, cuidar su imagen, seleccionar cada guion con quirúrgica precisión.

Luego vendría El hijo de la novia, 2001, nominada al Óscar como mejor película extranjera.

Darin interpretaba a un hombre en crisis, enfrentado con la enfermedad de su madre y la necesidad de madurar.

Fue un papel que le calzó como un guante, tierno, introspectivo, vulnerable.

A partir de ahí, ya no había vuelta atrás.

Todo lo que tocaba se convertía en oro.

Luna de avellaneda, Carancho, Un cuento chino, tesis sobre un homicidio, Truman, La Odisea de los Giles.

Cada película era aclamada.

Cada actuación reforzaba el mito.

Pero en medio de ese ascenso vertiginoso comenzaron a surgir los primeros conflictos serios.

El primero fue con Valeria Bertucheli, actriz de teatro y cine, quien trabajó junto a Darín en la exitosa obra Escenas de la vida conyugal, adaptación del clásico de Ingmar Bergman.

Años después, en una entrevista televisiva, Bertuchelli reveló que su salida abrupta de la obra no se debió a problemas de agenda, como se decía, sino a un ambiente hostil del que prefería alejarse.

Aunque no mencionó directamente a Darin, sus palabras fueron claras.

No me fui porque quería, me fui porque no lo soportaba más.

Me hicieron sentir que no valía.

La bomba mediática no tardó en explotar.

Darin respondió con una mezcla de incredulidad y cortesía, diciendo que no entendía el motivo de la queja, que nunca fue su intención hacer sentir mal a nadie, pero su actitud, lejos de apagar el fuego, alimentó aún más las sospechas.

¿Estaba siendo cínico o realmente no era consciente del daño que provocaba en su entorno? Unos meses más tarde, otra actriz rompió el silencio.

Erika Rivas, recordada por su papel en Relatos Salvajes, quien había reemplazado a Bertuchelli en la misma obra teatral.

En una carta pública, Riba sostuvo que había sufrido un destrato similar y que el entorno era asfixiante.

Aunque no acusó a Darin de abuso, dejó entrever una dinámica de poder desigual, una atmósfera de control emocional y presión psicológica que la terminó alejando del proyecto.

No me maltrataron físicamente, pero sí sentí que debía callar para que todo siguiera funcionando”, escribió.

Para muchos, estas acusaciones no eran graves en términos legales, pero sí implicaban una grieta profunda en el personaje público de Darín.

El hombre que representaba la integridad, el respeto, la empatía, estaba siendo señalado por conductas que rayaban el abuso simbólico.

Los medios comenzaron a dividirse.

Algunos lo defendían hablando de una casa de brujas sin pruebas.

Otros exigían que se replanteara la lógica de poder en los escenarios.

Por primera vez en su carrera, Darina enfrentaba algo que ni los críticos más duros le habían planteado, la posibilidad de que su fama estuviera construida sobre una base menos noble de lo que se pensaba.

El escándalo no afectó su trabajo de forma inmediata, pero sí dejó una marca indeleble en su legado.

Y aunque él optó por no polemizar en exceso, el silencio comenzó a pesar más que cualquier palabra.

Y fue precisamente ese silencio lo que finalmente se quebró años más tarde.

Durante mucho tiempo, Ricardo Darín se mantuvo en esa zona gris que solo las leyendas del espectáculo pueden habitar.

suficientemente admirado como para que sus sombras fueran ignoradas, pero lo bastante cuestionado como para que cada gesto fuese observado con lupa.

Tras los episodios con Bertucheli y Rivas, el actor eligió el camino de la introspección pública.

Dejó de aparecer con frecuencia en entrevistas, redujo sus participaciones en premiaciones y comenzó a rechazar proyectos con mayor contundencia.

La industria lo respetaba, pero algo en él se había quebrado.

Y aunque su prestigio seguía intacto ante el gran público, el murmullo nunca se disipó del todo.

Las personas cercanas a él hablaban de un Darín más enimismado, menos dispuesto a conversar, obsesionado con el paso del tiempo.

Algunos amigos del medio que antes compartían cenas, rodajes y anécdotas comenzaron a notar una transformación.

está más uraño, más distante, como si ya no confiara en nadie.

En algunas galas del cine argentino su presencia era más un eco que una celebración.

Llegaba, saludaba con educación y se marchaba antes de que comenzaran los discursos.

El agotamiento emocional también empezó a manifestarse en su cuerpo.

Según fuentes cercanas, Darim padeció varios episodios de ansiedad, insomnio crónico y pérdida de peso.

Su esposa, Florencia Bas se convirtió en su principal sostén.

Juntos comenzaron a pasar más tiempo fuera de Buenos Aires, rejugiándose en una casa de campo en las afueras, lejos del ruido, del teléfono, de la presión constante.

La distancia, que en otro tiempo hubiera sido una rareza, se convirtió en sus salvavidas.

Fue en ese contexto de reclusión parcial que surgieron nuevos conflictos con algunos periodistas de espectáculos.

Uno de los episodios más comentados fue su enfrentamiento con Jorge Real, conocido conductor de Chimentos, quien insinuó en su programa que Darin estaba escondido por miedo a nuevas denuncias.

El actor respondió con una carta pública en la que se declaraba dolido por la liviandad con la que se daña la reputación de alguien sin pruebas, pero el mensaje no logró revertir la percepción de un hombre a la defensiva, herido y acorralado.

A esto se sumó el malestar que generó su postura frente a los movimientos feministas.

Aunque Darin apoyó públicamente el aborto legal en Argentina, evitó pronunciarse sobre el hashtag me to o las acusaciones contra colegas del medio.

Esta ambigüedad fue interpretada por algunos como una forma de protegerse, mientras que otros lo consideraron una muestra de cobardía selectiva.

En redes sociales, su imagen comenzó a fracturarse.

de símbolo de integridad, pasó a ser blanco de críticas sutiles, memes idónicos y debates encendidos.

Pero el golpe más inesperado llegó en 2024, cuando en una entrevista íntima con el periodista Luis Novarecio, Darin rompió el silencio.

No fue una confesión en el sentido clásico.

No nombró a nadie, no pidió perdón explícito, pero por primera vez el actor reconoció, “He sido un tipo duro, muchas veces soberbio.

Me costó escuchar.

Tal vez sin darme cuenta lastimé a gente que no lo merecía.

Me pesa.

No es fácil decirlo, pero lo siento así.

La entrevista fue recibida con sorpresa.

Algunos aplaudieron el gesto de humildad, otros lo vieron como una jugada tardía, pero sin duda marcó un antes y un después.

Por fin el mito bajaba del pedestal.

Por fin, Ricardo Darín hablaba como un hombre, con contradicciones, culpas y miedos, más que como una figura intocable del cine argentino.

Y esa grieta, esa pequeña grieta en su voz fue más poderosa que cualquier defensa.

Hoy, a los 68 años Ricardo Darín transita una etapa distinta.

No hay rodajes a contrarreloj, ni alfombras rojas deslumbrantes, ni entrevistas promocionales.

Vive con más pausa, casi como si el mundo lo hubiese empujado o tal vez invitado a mirar hacia adentro.

Su residencia habitual sigue siendo Buenos Aires, aunque pasa largas temporadas en su casa en la Patagonia, donde disfruta de la tranquilidad de los paisajes, las caminatas solitarias y la pesca, una de sus pasiones de toda la vida.

Lejos de retirarse del todo, Darin sigue eligiendo proyectos con extremo cuidado.

En 2023 protagonizó Argentina 1985, una película que lo volvió a colocar en el centro del cine político y de denuncia.

Pero esta vez la elección no fue solo actoral, también fue un mensaje.

Interpretar a un fiscal que lucha contra el olvido y la impunidad pareció ser su forma de hablar.

indirectamente de sus propias luchas internas.

La crítica lo aplaudió, pero su participación fue más discreta que en épocas anteriores.

Casi no dio entrevistas, no celebró en fiestas, volvió al silencio.

Su relación con Florencia Bas continúa siendo sólida, aunque extremadamente privada.

Ella ha sido su escudo, su compañera, su refugio.

Juntos han criado a sus hijos Clara y Chino, quien también ha seguido el camino del cine.

A pesar de la fama de su padre, Chino Darin ha sabido construir su identidad profesional con talento propio y Ricardo, aunque orgulloso, evita hablar mucho de él en público.

Prefiere dejar que brille por mérito propio, sin interferencias ni comparaciones.

Los amigos cercanos afirman que en la intimidad Darin se muestra más sensible que nunca.

Ha perdido a varios compañeros de ruta, actores, directores, técnicos y eso lo ha enfrentado cara a cara con su propia mortalidad.

Es habitual que envíe mensajes espontáneos a colegas que no ve hace tiempo, como una forma de cerrar ciclos, de no dejar palabras pendientes.

La vida le enseñó que el tiempo es finito y que guardar silencio por orgullo es un lujo que ya no se puede permitir.

También ha comenzado a colaborar discretamente con fundaciones de salud mental y organizaciones de apoyo a víctimas de abuso psicológico.

No lo hace públicamente, no busca reconocimiento, pero lo hace tal vez como una forma de redención, tal vez como una manera de canalizar su propio proceso de transformación.

En más de una ocasión ha sido visto en pequeñas salas de teatro independiente aplaudiendo en la penumbra, sin pretensiones.

Observa, escucha, valora.

Ya no parece interesado en volver a ser el centro de nada.

Su lucha ahora es más personal, más íntima.

Reconciliarse con su historia, con sus errores y con la imagen que tantos y él mismo construyeron durante décadas.

Porque hay algo que Darin ha comprendido con el tiempo.

La fama no te protege de ti mismo.

En el crepúsculo de una carrera tan brillante como desafiante, Ricardo Darín ha comprendido una verdad que pocos logran aceptar a tiempo, que el verdadero juicio no viene de la crítica, ni del público, ni siquiera de los medios.

sino de uno mismo.

Su travesía no ha sido la de un héroe sin mancha, sino la de un hombre que, como todos, ha tropezado con su propio reflejo y que, a diferencia de muchos, tuvo el coraje de mirarse con honestidad, aunque fuera tarde.

Sus palabras recientes no son una confesión formal, ni buscan excusas.

Son más bien una rendición emocional, una forma de decir, “Sí, algo falló.

Y lo reconozco, no es fácil hacer eso cuando se ha vivido décadas bajo los focos, cuando millones esperan que siga siendo el mismo ídolo impoluto de siempre.

Pero él lo ha hecho y eso en sí mismo tiene un peso inmenso.

Tal vez por eso su historia no termina como una caída, sino como una transformación.

Darin no se ha retirado, ni ha pedido perdón públicamente, ni ha desaparecido del todo, pero ha bajado el tono, ha cambiado el paso y en esa pausa, en ese silencio tan elocuente, hay algo profundamente humano.

En tiempos donde el espectáculo exige perfección constante, su decisión de mostrarse imperfecto lo vuelve paradójicamente más cercano, más real, más valioso, porque quizás, como bien nos enseñó alguna vez en el cine, lo más importante no es tener razón, ni salir ileso, ni ganar siempre.

Lo más importante es poder mirar atrás y saber que al menos una vez fuimos capaces de decir la verdad.

¿Y tú crees que la verdad basta para redimir una vida pública? M.

 

Related Posts

Our Privacy policy

https://noticiasdecelebridades.com - © 2025 News