Gisela Fernández Ramírez.

Las imágenes evidencian que dos sujetos se acercaron sin cubrirse [música] el rostro y dispararon en varias ocasiones.
En la grabación no se observa la madre del futbolista.
La muerte de Mario Pineida no fue un accidente ni una tragedia silenciosa.
Fue una ejecución brutal, a plena luz del día, en un lugar común y en un momento que debía ser familiar.
La víspera de la cena de Navidad.
El futbolista cayó abatido junto a la mujer que lo acompañaba mientras su propia madre resultaba herida y sobrevivía para contar lo ocurrido.
El crimen expuso con crudeza como la violencia alcanzó incluso a quienes parecían protegidos por la fama.
Hoy su nombre ya no se asocia al fútbol, sino a una muerte que estremeció al país entero.

Mario Pineida era, ante todo un futbolista profesional ecuatoriano que llevaba años construyendo su carrera dentro del balonpié nacional.
Su nombre no estaba asociado al estrellato internacional ni a grandes titulares fuera de la cancha.
Precisamente por eso, su muerte causó un impacto aún mayor.
Representaba al jugador trabajador, constante, que había hecho del fútbol su medio de vida y su principal proyecto personal.
Nacido en Ecuador, Pineida se formó en el entorno del fútbol local y logró consolidarse como defensor lateral, una posición que exige sacrificio físico, disciplina táctica y regularidad.
A lo largo de su trayectoria profesional, militó en distintos clubes del país, siendo reconocido como un jugador cumplidor, sin antecedentes de sanciones graves ni escándalos deportivos.
Hasta el momento de su asesinato se encontraba en actividad, sin anuncios oficiales de retiro ni conflictos públicos vinculados a su carrera profesional.

En el ámbito deportivo, Pineida no figuraba en listas de polémicas ni investigaciones.
Compañeros y entrenadores lo describían como un futbolista de perfil bajo, concentrado en el trabajo diario y en sostener su lugar dentro de un entorno competitivo como el fútbol ecuatoriano.
Esta imagen de normalidad fue uno de los elementos que más contrastó con la violencia extrema del crimen que terminó con su vida.
En lo personal, Mario Pineida era padre de un hijo, Mario Pineida Junior, a quien mencionaba con frecuencia como una de sus mayores motivaciones.
Su entorno familiar incluía también a su madre, quien lo acompañaba el día del ataque y resultó herida durante el tiroteo.
Su supervivencia la convirtió en una testigo clave de los hechos y al mismo tiempo en una víctima directa del impacto físico y emocional de la tragedia.
Durante los últimos meses de su vida, Pineida mantenía una relación sentimental con Gisela Fernández, una mujer de nacionalidad peruana.
Esta relación no formaba parte de la exposición mediática habitual del futbolista y se desarrollaba fuera del foco público.

Tras el asesinato, dicho vínculo adquirió relevancia informativa, ya que Fernández también perdió la vida en el ataque y su perfil económico se convirtió en un elemento central dentro de la investigación policial.
Hasta antes del crimen no existían registros públicos que vincularan a Mario Pineida con actividades ilícitas.
o conflictos judiciales.
Su vida se dividía entre el fútbol, su familia y una rutina que desde fuera parecía estable.
Precisamente esa normalidad previa es la que refuerza el carácter trágico del caso.
Un deportista activo, un padre presente y un hijo del fútbol ecuatoriano, cuya historia personal quedó abruptamente interrumpida por un acto de violencia extrema que hoy es investigado como un crimen organizado.
La tarde en que Mario Pineida fue asesinado transcurría sin señales de alerta.

No se trataba de un traslado nocturno ni de una zona aislada.
El escenario fue un local comercial del sector Samanes 4, un barrio urbano con circulación constante de personas, vehículos y comercios abiertos.
Pineida había salido acompañado de Gisela Fernández y de su madre para realizar una compra cotidiana, adquirir carne y provisiones para la cena de Navidad.
Según la información confirmada por las autoridades, el grupo llegó al establecimiento y se encontraba en el interior del local realizando el pago en caja.
En ese momento, dos individuos se aproximaron al lugar a bordo de dos motocicletas.
La llegada no fue casual ni improvisada.
Los atacantes conocían el punto exacto y el instante preciso en el que Pineida se detendría.
Todo indica que el seguimiento previo permitió ejecutar el ataque con rapidez y sin margen de error.
Los agresores descendieron de las motocicletas y abrieron fuego de manera inmediata.
No hubo advertencias, discusiones ni intentos de intimidación previos.
Los disparos fueron múltiples y dirigidos.
El objetivo era claro.
Mario Pineida recibió impactos de bala que le provocaron la muerte instantánea.
A su lado, Gisela Fernández también fue alcanzada y falleció en el lugar sin posibilidad de recibir asistencia médica.
Durante el ataque, la madre del futbolista resultó herida por los disparos.
A diferencia de Pineida y Fernández, logró sobrevivir y fue trasladada de urgencia a un centro de salud donde recibió atención médica.
Su estado, aunque grave en un primer momento, fue estabilizado.
Desde entonces, su testimonio se ha convertido en un elemento clave para la investigación, tanto por haber presenciado el ataque como por haber acompañado a las víctimas en los minutos previos al crimen.
La escena posterior fue descrita por testigos como caótica y estremecedora.
Clientes y empleados del local buscaron refugio al escuchar las detonaciones.
En cuestión de segundos, los atacantes abandonaron el lugar, retomaron las motocicletas y se dieron a la fuga siguiendo una ruta previamente definida.
El tiempo total del ataque fue mínimo, lo que refuerza la hipótesis de una acción planificada ejecutada por personas con experiencia en este tipo de delitos.
Minutos después, unidades policiales y servicios de emergencia arribaron al sitio.
Los paramédicos confirmaron el fallecimiento de Mario Pineida y Gisela Fernández, mientras que la madre del jugador fue evacuada bajo custodia médica.
El área fue acordonada y se inició el levantamiento de evidencias balísticas, así como la recopilación de imágenes de cámaras de seguridad del sector y del propio establecimiento.
Desde el primer informe oficial, la Policía Nacional descartó que se tratara de un robo común.
Ninguna pertenencia fue sustraída y los atacantes no mostraron interés en objetos de valor.
Tampoco se trató de una riña espontánea.
El patrón del ataque, la precisión de los disparos y la huida coordinada.
llevaron a los investigadores a clasificar el hecho como una ejecución directa orientada a eliminar a objetivos específicos sin importar el lugar, la hora ni las consecuencias públicas del acto.
Otro elemento determinante fue el contexto temporal.
El crimen ocurrió en un momento en el que Pineida no se encontraba en actividad deportiva ni participando en eventos públicos.
Su presencia en el lugar respondía únicamente a una actividad personal y familiar.
Esto descartó rápidamente cualquier vínculo con incidentes ocurridos en estadios o concentraciones deportivas y trasladó el foco de la investigación al entorno personal y económico de las víctimas.
Las autoridades confirmaron que en los días posteriores al ataque se intensificó el análisis de rutas de escape, registros de llamadas y movimientos financieros vinculados a personas cercanas a Gisela Fernández.
La reconstrucción del recorrido previo de Pineida ese día permitió establecer que los atacantes sabían exactamente dónde y cuándo actuar, lo que fortaleció la tesis de una vigilancia previa y de la participación de colaboradores externos.
El impacto del crimen fue inmediato.
La noticia se difundió rápidamente a nivel nacional, generando conmoción en el ámbito deportivo y alarma en la ciudadanía.
Que un futbolista profesional fuera asesinado de esta forma en un espacio cotidiano y en compañía de su familia, evidenció una escalada de violencia que traspasó los límites habituales del delito común.
Así, lo ocurrido en Samanes 4 no quedó registrado únicamente como un homicidio más.
fue catalogado desde el inicio como un doble asesinato con características de crimen organizado, cuya planificación y ejecución dejaron en claro que el objetivo no era enviar un mensaje simbólico, sino eliminar a personas concretas, sin importar el lugar, la hora ni las consecuencias públicas del acto.
La investigación del asesinato de Mario Pineida no tardó en ampliar su foco hacia la mujer que lo acompañaba en el momento del ataque.
Gisela Fernández de nacionalidad peruana murió junto al futbolista y desde las primeras horas posteriores al crimen, su perfil pasó a ocupar un lugar central dentro del expediente policial.
De acuerdo con la información confirmada por las autoridades, Gisela Fernández mantenía una relación sentimental con Pineida desde hacía varios meses.
No se trataba de un vínculo de exposición pública ni mediática.
La relación se desarrollaba en un ámbito privado y fuera del entorno deportivo habitual del jugador.
Sin embargo, tras el ataque, ese vínculo adquirió una relevancia determinante para entender el contexto del crimen.
En el plano económico, Fernández se dedicaba al comercio de teléfonos móviles, una actividad lícita que combinaba con operaciones de préstamo de dinero con altos intereses, conocidas en el ámbito financiero informal como préstamos de alto riesgo.
Según los investigadores, esta actividad implicaba el manejo frecuente de grandes sumas de dinero en efectivo [música] fuera del sistema bancario tradicional, lo que la colocaba en un entorno de exposición permanente a conflictos económicos.
Las autoridades han señalado que las actividades financieras de Gisela Fernández constituyen una de las principales líneas de análisis del caso.
No se trata de una imputación judicial cerrada, sino de un eje de investigación sustentado en movimientos económicos, testimonios recabados y antecedentes recientes documentados por la policía y por periodistas especializados en crimen organizado.
En este marco, la figura de Fernández no es presentada como responsable del delito, sino como una persona cuyo entorno económico generó tensiones relevantes.
Uno de los datos confirmados durante la investigación es que tanto Pineida como Fernández habían recibido amenazas directas días antes del asesinato.
Estas advertencias realizadas en un contexto social nocturno incluían exigencias de devolución de una suma importante de dinero.
Según los informes recopilados, dichas amenazas no fueron atendidas, en parte porque las víctimas no consideraron inminente un ataque de tal magnitud.
Para los investigadores este punto resulta clave.
El perfil económico de Gisela Fernández y su presunta implicación en disputas financieras explican por qué el ataque fue ejecutado de manera selectiva y directa, sin robo ni intimidación previa.
El objetivo no era enviar un mensaje general, sino eliminar a personas específicas, independientemente de que una de ellas fuera una figura conocida del fútbol nacional.
La presencia de Mario Pineida junto a Fernández en el momento del ataque no es interpretada por las autoridades como un hecho casual.
Los informes preliminares sostienen que el futbolista no era el foco principal de las disputas económicas, pero quedó expuesto al compartir la vida personal con una persona inmersa en conflictos financieros de alto riesgo.
Esta circunstancia lo colocó involuntariamente en el centro de una violencia que excedía por completo su carrera deportiva.
La muerte de Gisela Fernández, además, tuvo consecuencias posteriores que reforzaron su peso dentro del caso.
Días después del asesinato, una mujer identificada como Karen Grunaer, amiga cercana de Fernández, fue también asesinada tras asistir al funeral de Pineida.
Este hecho, actualmente bajo investigación profundizó la hipótesis de que el entorno económico y social de Gisela era más amplio y complejo de lo que inicialmente se conocía.
En resumen, para la policía y los fiscales, Gisela Fernández representa el nodo central de las tensiones económicas que desembocaron en el doble homicidio.
Su perfil, sus actividades y sus relaciones personales permiten entender por qué el ataque fue ejecutado con precisión y por qué el caso se investiga como un crimen organizado, más allá del impacto mediático generado por la figura del futbolista.
A medida que avanzaron las horas posteriores al asesinato de Mario Pineida y Gisela Fernández, las autoridades fueron delimitando con mayor claridad el móvil del crimen.
Desde un inicio, la Policía Nacional y la Fiscalía coincidieron en un punto clave.
No se trató de un hecho fortuito, sino de un ataque vinculado directamente a conflictos económicos previamente identificados.
Las primeras líneas de investigación confirmaron que el doble homicidio está relacionado con disputas financieras surgidas a partir de las actividades económicas de Gisela Fernández.
Según información oficial, dichas actividades generaron tensiones con terceros derivadas del manejo de dinero y de compromisos económicos no resueltos.
Este elemento permitió a los investigadores descartar por completo otras hipótesis iniciales como un ataque motivado por razones deportivas, personales o pasionales sin conexión económica.
Uno de los datos más relevantes incorporados al expediente fue la confirmación de que las víctimas habían recibido amenazas directas en los días previos al crimen.
Estas amenazas, realizadas en un entorno nocturno y en presencia de testigos, incluían exigencias concretas de devolución de una suma considerable de dinero.
Las advertencias no fueron anónimas ni ambiguas, por el contrario, tenían un carácter explícito y estaban directamente asociadas a disputas económicas en curso.
De acuerdo con los informes policiales, ni Mario Pineida ni Gisela Fernández tomaron medidas de protección tras recibir dichas amenazas.
Las autoridades sostienen que esta falta de reacción estuvo influida por una subestimación del riesgo real, así como por la percepción de que la exposición pública del futbolista podía funcionar como un elemento disuasorio.
Esta lectura resultó errónea y dejó a ambos completamente vulnerables.
Con base en estos antecedentes, los investigadores concluyeron que el ataque fue una represalia directa ante el incumplimiento de las exigencias económicas planteadas.
El modo de ejecución, rápido, selectivo y sin margen de error, responde a patrones ya conocidos por las fuerzas de seguridad en casos de ajustes de cuentas vinculados al crimen organizado.
El hecho de que no se produjera ningún robo y de que los atacantes huyeran inmediatamente refuerza esta conclusión.
En paralemo, la investigación avanzó sobre la estructura logística del crimen, el seguimiento previo a las víctimas, la elección del lugar y el momento exacto del ataque, así como la ruta de escape, evidenciaron la participación de colaboradores que no estuvieron presentes en el momento de los disparos.
Esta hipótesis fue confirmada días después con las primeras detenciones oficiales.
El ministro del Interior de Ecuador, John Reinberg, confirmó públicamente la captura de dos personas clave dentro de la red que facilitó el asesinato.
Según detalló la autoridad, uno de los detenidos es un ciudadano venezolano que trabajaba como repartidor, cuya función consistía en vigilar los movimientos de Mario Pineida, informar a los icarios sobre sus desplazamientos y facilitar el momento exacto para ejecutar el ataque.
La segunda persona detenida es una mujer de nacionalidad venezolana identificada como la encargada de financiar la operación criminal.
Las investigaciones establecieron que esta mujer fue responsable de entregar el pago a los icarios, una suma que oscila entre 2000 y 3,000, monto habitual en este tipo de delitos dentro del contexto regional.
Las autoridades precisaron que los dos autores materiales del asesinato aún no han sido captul y continúan prófugos.
Sin embargo, los avances logrados permitieron reconstruir con mayor precisión la cadena de responsabilidades, desde quienes planificaron y financiaron el crimen hasta quienes ejecutaron el ataque.
En este punto de la investigación, la Fiscalía sostiene que el asesinato de Mario Pineida y Gisela Fernández no fue un hecho aislado, sino parte de un entramado criminal más amplio, vinculado a disputas económicas y al uso de la violencia como mecanismo de control y represalia.
El caso permanece abierto y bajo reserva parcial, mientras las autoridades aseguran que las detenciones realizadas representan un paso decisivo para esclarecer por completo el crimen y llevar a todos los responsables ante la justicia.
Con el avance de la investigación por el doble asesinato de Mario Pineida y Gisela Fernández, las autoridades comenzaron a identificar conexiones posteriores que ampliaron el alcance del expediente.
La primera línea ya había establecido la existencia de una estructura criminal con roles definidos.
Sin embargo, un nuevo hecho violento ocurrido días después reforzó la hipótesis de que el caso no se limitaba a un solo episodio.
Tras las detenciones confirmadas por el Ministerio del Interior, la Policía Nacional continuó analizando vínculos personales y financieros del entorno de Gisela Fernández.
En ese contexto surgió un nombre que rápidamente pasó a formar parte de la investigación, Karen Grunauer, de 39 años, identificada por las autoridades como amiga cercana de Fernández.
Karen Grunuer fue asesinada poco después de asistir al funeral de Mario Pineida.
El crimen ocurrió cuando abandonaba el sepelio en circunstancias que, aunque distintas en su ejecución, volvieron a encender las alarmas de los investigadores.
Al igual que en el caso de Pineida y Fernández, el ataque fue directo y letal, sin indicios de robo ni confrontación previa.
Desde el primer momento, la policía confirmó que el homicidio de Grunhauer no podía analizarse de manera aislada.
Su vínculo personal con Gisela Fernández y el momento elegido para el ataque, justo después del funeral, convirtieron el hecho en una deriva directa del caso principal.
Por esta razón, ambos expedientes fueron conectados dentro de una misma línea de investigación.
Las autoridades informaron que el objetivo de esta segunda acción criminal habría sido silenciar o eliminar a una persona vinculada al mismo entorno económico y social que ya estaba bajo análisis.
Aunque no se ha hecho pública ninguna imputación concreta sobre el rol de Grunuer en las actividades investigadas, su cercanía con Fernández y su muerte violenta reforzaron la tesis de un conflicto financiero de mayor alcance consecuencias letales para quienes formaban parte de ese círculo.
En paralelo, los investigadores continuaron profundizando en la estructura logística del primer ataque.
La captura del repartidor venezolano permitió reconstruir el seguimiento previo a Mario Pineida, mientras que la detención de la mujer venezolana encargada del pago confirmó la existencia de financiamiento directo para la ejecución del crimen.
Estos elementos demostraron que el doble homicidio no fue una reacción impulsiva, sino el resultado de una decisión planificada con recursos asignados y tareas distribuidas.
Respecto a los dos icarios que ejecutaron los disparos, la policía reiteró que permanecen prófugos.
Las labores de búsqueda incluyen el análisis de cámaras de seguridad, cruces de llamadas y cooperación con unidades especializadas.
Las autoridades sostienen que la identificación completa de la cadena criminal es prioritaria para evitar nuevos hechos violentos vinculados al mismo conflicto.
El asesinato de Karen Grunauer añadió una carga simbólica y social al caso.
Que una persona fuera atacada tras asistir a un funeral intensificó la sensación de vulnerabilidad y de continuidad de la violencia.
Para los investigadores, este segundo crimen evidenció que las disputas económicas que originaron el ataque inicial aún no estaban completamente cerradas y que existía el riesgo de nuevas represalias.
En este punto, la fiscalía confirmó que ambos homicidios forman parte de una misma investigación en curso, cuyo objetivo es esclarecer no solo quiénes dispararon, sino quiénes ordenaron y financiaron las acciones.
El mensaje oficial fue claro.
Las detenciones realizadas representan avances significativos, pero el caso sigue abierto y bajo vigilancia constante.
Sí, la muerte de Mario Pineida dejó de ser un hecho aislado para convertirse en el eje de un expediente complejo marcado por violencia encadenada, relaciones personales cruzadas y un entramado económico que continúa siendo analizado por las autoridades.
La muerte de Mario Pineida provocó una reacción inmediata en el fútbol ecuatoriano y en la opinión pública.
En los días posteriores al asesinato, los estadios del país guardaron un minuto de silencio en su memoria, un gesto que reflejó el impacto del crimen más allá del ámbito judicial.
Para muchos, Pineida dejó de ser solo una víctima de la violencia.
se convirtió en el símbolo de cómo el delito organizado alcanzó incluso a los deportistas profesionales.
En el entorno deportivo, la escena más dura se vivió con sus excompañeros de Barcelona SC, quienes disputaron su siguiente partido visiblemente afectados.
Algunos rompieron en llanto antes del inicio del encuentro, mientras el nombre del futbolista era pronunciado por los altavoces del estadio.
No hubo discursos largos ni homenajes elaborados.
El silencio y las miradas al césped bastaron para expresar la magnitud de la pérdida.
Sin embargo, el golpe más profundo se produjo en el ámbito familiar.
El hijo del futbolista Mario Pineida Junior publicó una carta abierta en redes sociales dirigida a su padre.
En el mensaje escrito en un tono sereno pero cargado de dolor, el joven se comprometió a cuidar de su madre y de sus hermanas y a honrar la memoria de su padre con responsabilidad y fortaleza.
La carta fue ampliamente compartida y se convirtió en uno de los momentos más emotivos de todo el caso.
Mientras tanto, la madre de Pineida continuó su proceso de recuperación física y emocional.
Su condición de sobreviviente del ataque la coloca en una posición especialmente delicada, tanto como víctima directa de la violencia como testigo clave dentro de la investigación.
Las autoridades mantienen reservas sobre su testimonio, pero confirmaron que su declaración forma parte central del expediente.
Desde el punto de vista judicial, el caso permanece abierto.
Aunque se han producido detenciones relevantes y se ha avanzado en la identificación de la estructura criminal, los autores materiales del crimen siguen prófugos.
La fiscalía reiteró que la investigación continúa y que no se descartan nuevas capturas vinculadas tanto al asesinato de Pineida y Gisela Fernández como al de Karen Grunauer.
El cierre de este capítulo no llega con una conclusión definitiva, sino con una constatación.
La historia de Mario Pineida terminó de manera violenta, pero su muerte dejó al descubierto una red criminal que las autoridades aseguran estar decididas a desmantelar.
Mientras tanto, el país sigue a la espera de justicia y el nombre del futbolista queda inscrito no solo en las estadísticas deportivas, sino en una de las crónicas criminales más impactantes del fútbol ecuatoriano reciente.
Okay.