FINALMENTE el SICARIO CONFIESA la IMPACTANTE VERDAD tras la MUERTE DE MARIO PINEIDA

Sigue la expectativa por la muerte del jugador Mario Pineida en Ecuador.

image

Las investigaciones de la policía por el asesinato del futbolista Mario Pineida y su pareja de nacionalidad peruana continúan.

Ya son dos los presuntos involucrados detenidos.

La mañana de este jueves, Segur P informó en redes sociales que tras allanamientos y el seguimiento a cámaras de seguridad se logró detener a uno de los dos involucrados en el doble crimen.

Las fotos publicadas apuntan a que el detenido fue quien disparó contra Gisela Fernández, ciudadana de nacionalidad peruana de 39 años.

Una de las motos usadas en el ataque también fue hallada en las orquídeas, norte de Guayaquil.

En horas de la tarde, fuentes policiales informaron a Televistazo que los operativos continuaron y lograron detener a un segundo sospechoso del asesinato.

Finalmente, los sicarios confiesan la terrible verdad tras la muerte de Mario Pineida.

image

Así comenzó todo.

O al menos así es como hoy se empieza a reconstruir lo que durante horas fue presentado como un hecho más dentro de la violencia que sacude al país.

Tengan cuidado con a quién traicionan.

Tengan cuidado con a quién hiereren, porque cuando el dolor se mezcla con humillación, celos y rabia contenida, no importa si eres famoso, si tienes dinero o si crees que nada te va a pasar.

Todos terminan igual.

Esto no es una historia, esto es lo que se está descubriendo.

En una tarde que parecía rutinaria, dos personas cayeron abatidas por múltiples impactos de bala.

En los primeros minutos, en el caos, en la confusión, incluso se llegó a pensar que una de las víctimas era la esposa de Mario Pineida.

Esa versión duró poco.

image

Horas después se confirmó que no era ella, era otra mujer, una mujer que no vivía con él, pero que estaba a su lado, su amante.

Desde ese instante, el caso dejó de encajar del todo, porque no se trató de uno o dos disparos.

Fueron varios, demasiados, una ejecución clara, precisa, calculada.

Y desde el primer momento, los investigadores notaron algo que no cuadraba con una extorsión común.

Los atacantes no improvisaron, no dudaron, no huyeron.

De inmediato, cumplieron una tarea.

Al inicio, la versión pública fue simple: violencia, delincuencia, inseguridad.

Pero conforme pasaron las horas, comenzaron a aparecer detalles que hoy ya no se pueden ignorar.

Lo que ahora se sabe, según filtraciones provenientes de líneas de investigación, es que las personas capturadas en los días posteriores no serían los autores materiales directos, sino individuos con conexión directa con quienes ejecutaron el ataque, personas que sabían, personas que escucharon órdenes, personas que conocían el plan.

image

Y ahí es donde todo se vuelve más oscuro, porque lo que se empieza a filtrar no habla de dos objetivos, habla de tres.

Según las confesiones que habrían sido obtenidas durante los interrogatorios, la orden original no se limitaba únicamente a Mario Pineida y a la mujer que lo acompañaba.

Existía una instrucción adicional, una instrucción que por circunstancias que aún se analizan no se concretó.

La madre de Mario también estaba en la lista, no como un daño colateral, no como un accidente, sino como un objetivo que debía ser eliminado si se presentaba la oportunidad.

Las balas no la alcanzaron por segundos, por centímetros, por pura suerte.

Y esa sola revelación cambia absolutamente todo.

Porque cuando en otros casos se habla de extorsión, el patrón suele ser claro.

Se ataca a una persona específica, a un empresario, a alguien vinculado a dinero o negocios.

Pero aquí, según lo que se investiga, la orden era acabar con todos los vínculos cercanos.

Como si alguien no quisiera dejar nada en pie.

image

Entonces surge la pregunta que hoy nadie se atreve a responder públicamente.

¿Quién querría ver muerto? no solo a Mario, sino también a su pareja y a su madre.

Los testimonios filtrados hablan de un encargo que no nació de la noche a la mañana.

Se habla de contactos previos de conversaciones de intermediarios.

Se habla de un pago dividido en partes, un adelanto, una promesa y una última suma que solo sería entregada cuando el trabajo estuviera completamente terminado.

Y aquí aparece otro elemento clave que hoy inquieta a los investigadores.

Ese pago final nunca se realizó.

Los sicarios, o al menos quienes estaban conectados con ellos, habrían quedado esperando la última parte del dinero.

Una deuda pendiente, una deuda que hoy pesa sobre alguien que todavía no ha sido señalado de forma directa, pero cuya sombra empieza a aparecer entre líneas.

image

Porque si el encargo era eliminar a tres personas y solo murieron dos, entonces, para quien dio la orden, el trabajo quedó incompleto y eso abre un escenario aterrador.

En medio de estas revelaciones, otro detalle comienza a generar ruido.

La relación personal de Mario Pineida, su vida sentimental, su doble vida, su matrimonio que nunca se disolvió legalmente y una relación paralela que ya era conocida por su entorno más cercano.

Personas cercanas afirman que su esposa sabía, que sufrió, que cayó, que soportó humillaciones públicas, que vio como su marido se mostraba con otra mujer sin esconderse.

Y cuando ese dolor se acumula durante meses, incluso años, puede transformarse en algo mucho más peligroso.

Nadie está diciendo que ella dio la orden.

Nadie la ha acusado oficialmente, pero su nombre comienza a aparecer en las preguntas, no en las respuestas.

¿Por qué la madre? ¿Por qué eliminar a toda la familia directa? ¿Por qué un ataque tan limpio, tan calculado, tan definitivo? Los investigadores hoy analizan llamadas, movimientos, contactos indirectos, personas que hablaron con otras personas, encargos que no se hicieron de forma directa, sino a través de terceros.

Nada firmado, nada grabado, todo cuidadosamente separado.

Y mientras más se revisa, más se repite una idea inquietante.

Esto no parece un crimen al azar, esto parece una venganza.

Una venganza que no se conformaba con una sola muerte.

Hoy, mientras los detenidos comienzan a hablar y los rumores se filtran, una pregunta queda flotando en el aire, golpeando a todos los que siguen este caso.

Si la madre también debía morir, ¿quién era realmente el verdadero objetivo y lo más inquietante de todo? ¿Quién todavía debe pagar lo que falta? Lo que vino después no ocurrió de golpe.

No hubo una confesión pública, no hubo una declaración oficial que lo cambiara todo de un día para otro.

Lo que empezó a mover el caso fueron murmullos, frases sueltas, detalles que no coincidían entre sí, pero que puestos uno al lado del otro comenzaron a dibujar una imagen inquietante.

Las personas detenidas en los primeros operativos no eran, según las autoridades, los ejecutores directos.

Eran piezas menores, contactos, enlaces, gente que conocía a quiénes apretaron el gatillo.

Y fue precisamente ahí donde comenzó a resquebrajarse el silencio.

Porque cuando alguien sabe que va a cargar con una culpa que no le pertenece del todo, empieza a hablar.

Las primeras filtraciones apuntan a lo mismo.

El ataque no fue improvisado.

No fue una reacción, no fue una decisión tomada ese mismo día.

Todo estaba planeado con antelación.

rutas, horarios, posiciones.

Incluso se habría discutido qué hacer si aparecían más personas en el lugar.

Y ahí vuelve a surgir un nombre que nadie dice en voz alta, pero que muchos piensan.

Los interrogatorios habrían revelado que el encargo llegó por medio de terceros.

Nadie dio una orden directa.

Nadie se reunió cara a cara con los sicarios principales.

Todo pasó por intermediarios conocidos del bajo mundo, personas que hacen favores y no hacen preguntas.

Según esas versiones, el mensaje era claro.

Son dos objetivos.

Y si aparece la madre, también no hubo sorpresa.

Cuando los investigadores escucharon eso.

Hubo preocupación porque ese detalle confirma algo que ya se sospechaba.

No se trataba solo de eliminar a Mario Pineida por lo que era o por lo que tenía, sino de borrar su entorno más cercano, de dejar un mensaje, de cerrar una historia de raíz.

En ese contexto aparece otro elemento clave que comienza a tomar fuerza, el dinero.

Los sicarios no cobraron todo.

El pago se dividió una parte antes, otra después.

Y esa segunda parte, según las declaraciones filtradas, dependía de que todo saliera como estaba previsto.

Pero no salió.

La madre sobrevivió y con eso el trato quedó incompleto.

Esa deuda pendiente es hoy uno de los puntos más delicados de la investigación, porque no solo habla de un crimen, sino de alguien que todavía le debe algo a personas peligrosas.

Y cuando hay deudas de sangre sin saldar, el peligro no desaparece.

Se transforma.

Aquí surge una pregunta que los propios investigadores se hacen en privado.

¿Quién iba a pagar el resto? Porque no cualquiera contrata sicarios y no cualquiera puede reunir el dinero para hacerlo.

Las líneas de investigación empiezan entonces a cruzarse con la vida personal de Mario.

Su matrimonio, su relación paralela, los conflictos que arrastraba desde hacía tiempo.

Personas cercanas afirman que la tensión era constante, que las discusiones no eran un secreto, que el círculo íntimo sabía que esa situación no iba a terminar bien.

No se habla de amenazas públicas, no se habla de peleas violentas, se habla de algo más silencioso, resentimiento acumulado en los interrogatorios.

Según las filtraciones, alguien habría mencionado una frase que hoy estremece a los investigadores.

Esto no era por plata, era personal.

Esa frase cambia todo, porque cuando el móvil deja de ser económico y pasa a ser emocional, el abanico de sospechas se reduce y vuelve a apuntar hacia el núcleo más íntimo de la víctima.

Sin embargo, nadie ha sido señalado oficialmente, nadie ha sido acusado formalmente, todo sigue siendo parte de una investigación en curso.

Pero las coincidencias se acumulan.

¿Por qué los sicarios sabían exactamente con quién iba Mario? ¿Por qué conocían sus movimientos? ¿Por qué sabían que esa mujer estaría con él ese día? Esas preguntas no se responden con una extorsión común, se responden con información privilegiada, con alguien que observaba desde cerca, con alguien que conocía su rutina, sus horarios, su vida privada.

Y ahí vuelve a aparecer la figura de la esposa, no como acusada, sino como una pieza inevitable dentro del rompecabezas, porque era la única persona que lo conocía todo.

Sus costumbres, sus salidas, sus mentiras.

Personas cercanas afirman que ella ya no discutía, que había pasado del reclamo al silencio.

Y cuando una persona deja de reclamar, muchos dicen que es porque ya tomó una decisión.

Pero eso por ahora solo son interpretaciones.

Lo que sí es real es que los detenidos comenzaron a señalar que el encargo venía desde arriba, que no nació en la calle, que no fue un ajuste de cuentas improvisado, que hubo una mente organizando, esperando, calculando, y mientras más hablan, más crece una sensación inquietante.

Alguien pensó que esto nunca se iba a descubrir.

Hoy con cada declaración filtrada, con cada nuevo dato que aparece, el caso se vuelve más incómodo, más complejo, más peligroso, porque si los sicarios ya hablaron, si el pago quedó incompleto, si hubo más objetivos además de los que murieron, entonces la pregunta ya no es solo quién apretó el gatillo.

La verdadera pregunta es quién todavía está en silencio y por qué.

Hay un momento en toda investigación en el que el problema deja de ser el crimen y pasa a ser el silencio.

Eso es exactamente lo que empezó a ocurrir cuando las declaraciones filtradas dejaron claro que el pago no se había completado.

Porque cuando alguien mata por encargo y no cobra todo, el miedo cambia de lado.

Ya no es el sicario el que huye, es quien dio la orden.

Según las versiones que hoy circulan en los entornos policiales, los hombres que participaron directa o indirectamente en el ataque comenzaron a ponerse nerviosos cuando entendieron que el trato había quedado inconcluso.

Dos muertos, un objetivo que sobrevivió y una promesa de dinero que nunca llegó.

Ahí es donde empiezan las grietas.

Los investigadores creen que esa deuda es la razón por la que algunos empezaron a hablar.

No por remordimiento, no por justicia, por supervivencia.

Porque si alguien prometió pagar y no lo hizo, alguien más va a querer cobrar y no con palabras.

Las confesiones que se filtran no son limpias ni ordenadas.

Son fragmentos, frases cortadas, versiones que se contradicen en detalles menores, pero que coinciden en lo esencial.

El encargo no nació en la calle, nació cerca, muy cerca.

Se habla de reuniones previas, no con los sicarios directamente, sino con intermediarios, personas que se movían entre dos mundos, el familiar y el criminal, gente que sabía escuchar y no preguntar demasiado.

Uno de los puntos más inquietantes que surge en estas revelaciones es el nivel de información que tenían los atacantes.

Sabían con quién estaba Mario.

Sabían que no era su esposa.

Sabían que esa mujer no debía salir viva y sabían que si la madre aparecía también debía morir.

Ese tipo de precisión no se consigue siguiendo a alguien un par de días.

Eso se consigue cuando alguien habla desde adentro y ahí aparece la pregunta que nadie quiere formular en voz alta, pero que muchos ya se hacen en silencio.

¿Quién tenía tanto que perder como para querer borrar a todos? Los investigadores analizan ahora los movimientos previos.

llamadas, mensajes, personas que casualmente dejaron de comunicarse días antes del ataque.

Cambios de comportamiento, silencios estratégicos.

No hay una prueba directa, no hay una grabación, no hay un testigo que apunte con el dedo, pero hay patrones.

Personas cercanas al entorno familiar afirman que después de la muerte hubo reacciones que llamaron la atención.

Frialdad, control, una compostura que para algunos fue fortaleza.

Y para otros algo más difícil de explicar.

No se trata de cómo se llora, se trata de qué preguntas no se hacen.

Mientras tanto, la figura de la amante también empieza a adquirir un nuevo peso en la investigación, porque ella no era solo la otra mujer, era alguien que, según versiones cercanas ya estaba pensando en una vida más formal con Mario.

Una posibilidad que de concretarse habría cambiado muchas cosas.

Y ese escenario, un matrimonio que nunca se rompió legalmente y una relación paralela que avanzaba, es el caldo de cultivo perfecto para una tragedia.

Los investigadores no descartan ninguna hipótesis, ni crimen pasional, ni venganza, ni encargo camuflado como extorsión.

De hecho, cada vez toma más fuerza la idea de que la violencia generalizada fue utilizada como cortina de humo.

Un crimen diseñado para parecer uno más, pero hay un detalle que sigue sin encajar.

Si la extorsión era real, ¿por qué no hubo exigencias posteriores? ¿Por qué no hubo mensajes, llamadas, amenazas después del ataque? Porque cuando se mata por dinero, el dinero se reclama.

Aquí el silencio fue inmediato.

Ese silencio solo tiene dos explicaciones posibles.

O el pago ya estaba acordado o quien debía pagar decidió no hacerlo.

Y eso nos devuelve inevitablemente a la deuda.

Los sicarios o quienes hablaron por ellos habrían dejado claro que aún esperan algo.

No solo dinero, respuestas, protección, una salida.

Y cuando eso no llega, el riesgo es que la verdad termine saliendo completa.

Hoy las autoridades saben que están frente a algo más grande que un homicidio.

Están frente a una red de decisiones, emociones, traiciones y errores que convergieron en un mismo punto.

Un punto donde dos personas murieron y una tercera sobrevivió.

Y esa supervivencia, lejos de cerrar el caso, lo complicó todo.

Porque mientras la madre de Mario siga con vida, siempre existirá la posibilidad de que alguien quiera terminar el trabajo.

Y eso mantiene la investigación en máxima alerta.

La historia ya no es solo quién murió, es sobre quién debía morir y no lo logró.

Y mientras las miradas siguen esquivando un nombre que nadie se atreve a pronunciar, una verdad se vuelve cada vez más evidente.

Alguien calculó mal y cuando se calcula mal en un crimen de este tipo, el final nunca llega cuando se espera.

Porque lo más peligroso no es lo que ya se sabe, es lo que todavía no se ha dicho.

Hay casos que no se resuelven con pruebas, sino con silencios.

Y este es uno de ellos, porque después de todo lo que se ha dicho, lo que se ha filtrado y lo que se ha insinuado, lo único que queda claro es que nadie volvió a ser el mismo desde ese día.

Ni los investigadores, ni la familia, ni quiénes estuvieron cerca, ni quiénes hoy miran este caso desde afuera intentando entender qué fue lo que realmente pasó.

La muerte de Mario Pineida no cerró una historia, la abrió.

Las investigaciones continúan, pero avanzan despacio, no porque no haya líneas que seguir, sino porque cada línea conduce a alguien cercano.

Y cuando los círculos son tan íntimos, cada paso pesa el doble.

Los nombres siguen sin pronunciarse oficialmente.

Las autoridades hablan de hipótesis, de cruces, de información, de versiones que deben ser corroboradas.

Pero en los pasillos fuera de cámaras lo que se escucha es otra cosa.

Se habla de una verdad fragmentada, de una verdad que nadie quiere cargar completa, porque aceptar lo que muchos sospechan implicaría admitir que el peligro no venía de la calle, sino de adentro, que no fue el azar, ni un asalto cualquiera, ni una violencia sin rostro, que hubo intención, planeación, cálculo, y eso cambia todo.

Quienes han seguido el caso de cerca aseguran que hay gestos que no cuadran, decisiones que llaman la atención, reacciones que no encajan del todo con el relato oficial.

No son pruebas, pero son grietas.

Y por esas grietas se filtran las dudas.

¿Por qué ciertas llamadas nunca se devolvieron? ¿Por qué algunos encuentros nunca se aclararon? ¿Por qué hay versiones que se corrigen una y otra vez? Nadie acusa, pero nadie descarta.

Mientras tanto, la figura de la esposa permanece en el centro de todas las miradas, aunque nadie se atreva a decirlo en voz alta, para algunos es solo una víctima más de una traición brutal.

Para otros es una mujer que cargó durante demasiado tiempo un dolor que nadie vio y que nadie sabe hasta dónde pudo empujarla.

La palabra viuda negra no aparece en documentos oficiales, aparece en la calle, en redes, en comentarios que se repiten una y otra vez.

No como certeza, como sospecha, y las sospechas cuando no se aclaran crecen.

Sobre los sicarios o los supuestos sicarios, el panorama es igual de turbio.

Hay versiones que hablan de capturas, otras de personas que saben más de lo que dicen, otras de intermediarios que desaparecieron justo cuando empezaron las preguntas incómodas.

Lo único que parece coincidir en todos los relatos es que alguien habló, pero no lo dijo todo.

Que alguien confesó, pero a medias.

Que alguien prometió pagar y no cumplió.

Y cuando en el mundo criminal las deudas quedan abiertas, el peligro no desaparece.

Se transforma.

Hoy la investigación sigue abierta.

No hay cierre, no hay comunicado final, no hay un rostro señalado frente a una cámara, solo una cadena de hechos que puestos uno detrás de otro resultan difíciles de ignorar.

Un matrimonio que nunca se disolvió legalmente, una relación paralela que avanzaba sin esconderse, una madre que sabía más de lo que decía, una violencia que llegó con demasiada precisión y un silencio posterior que grita más que cualquier confesión.

Todo eso convive en el mismo expediente.

Y mientras tanto, quienes observan desde afuera se hacen la pregunta que nadie responde.

¿Quién ganó con esta muerte? Porque cuando el polvo baja y el ruido se apaga.

Esa es la única pregunta que importa.

El dinero puede perderse, el amor puede romperse, la fama puede desvanecerse, pero las decisiones esas dejan marcas.

Algunos creen que la verdad saldrá completa, otros piensan que nunca lo hará.

Porque hay verdades que no se esconden por falta de pruebas, sino por exceso de consecuencias.

Y aquí las consecuencias serían demasiado grandes.

Este caso no termina con un culpable, termina con una duda.

Una duda que seguirá creciendo mientras nadie diga lo que realmente sabe, mientras las versiones sigan cambiando, mientras las miradas sigan evitando encontrarse.

Y quizá ese sea el verdadero final por ahora, no una respuesta, sino una pregunta que queda flotando.

Fue la violencia de un país desbordado.

¿Fue una traición que cruzó un límite imposible de volver atrás? O fue una venganza tan cuidadosamente camuflada que todavía no estamos listos para aceptarla.

déjalo en los comentarios porque esta historia, aunque muchos quisieran cerrarla, todavía no ha terminado.

 

Related Posts

Our Privacy policy

https://noticiasdecelebridades.com - © 2025 News