LA HISTORIA DETRAS DEL MITO DE ENRIQUE ALVAREZ FÉLIX (1935-1996)

La Historia Jamás Contada de Enrique Álvarez Félix: A la Sombra del Mito
El nombre de Enrique Álvarez Félix inevitablemente evoca a la sombra más grandiosa y monumental del cine mexicano: su madre, María Félix.

Para bien o para mal, la vida de Enrique, desde su nacimiento el 6 de abril de 1934 en el Distrito Federal hasta su repentina muerte el 24 de mayo de 1996, estuvo intrínsecamente ligada al mítico renombre de “La Doña”.

Un hombre elegante, profesional y con talento propio, que luchó toda su vida por forjar una identidad más allá de ser simplemente “el hijo de María Félix”, enfrentando desafíos que moldearon su carácter y personalidad única.

El drama de Enrique comenzó prácticamente desde su cuna, con el turbulento divorcio de sus padres, María Félix y Enrique Álvarez de la Torre, un modesto agente de ventas de cosméticos.

La relación duró escasos cinco años y terminó con María, cansada de los celos y el enclaustramiento, dejando a su hijo en manos de su padre en Guadalajara.

La versión oficial de María fue un secuestro, y aunque su exmarido ganó inicialmente la patria potestad, ella advirtió que un día tendría el poder para recuperarlo.

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Mientras María iniciaba su meteórica carrera en la Ciudad de México, descubierta por Fernando Palacios e impulsada por su belleza e inteligencia a debutar en El Peñón de las Ánimas junto a Jorge Negrete, Enrique vivía una infancia solitaria y estricta en Guadalajara, marcada por una educación machista donde su padre le prohibió besarlo al cumplir los cinco años.

La soledad era tan profunda que el niño se escondía bajo la cama para hacer muñecos de trapo y jugar al teatro.

La separación de sus padres se intensificó con el ingreso a internados extranjeros, una decisión que, aunque le brindó una educación de primer nivel —llegó a hablar varios idiomas como francés, alemán e inglés—, acentuó su soledad y lo expuso a las burlas de otros internos por ser hijo de una actriz famosa y controversial.

En esta etapa, su madre ya había contraído matrimonio con el famoso compositor Agustín Lara, aumentando la exposición mediática y las habladurías.

Fue en este contexto que María, valiéndose de su creciente poder e influencias en el cine nacional y con la complicidad de Agustín Lara, regresó a Guadalajara.

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Mediante un engaño, con la excusa de llevar al niño a ver a la Virgen de Zapopan, lo raptó y se lo llevó a vivir a la Ciudad de México.

Sin embargo, este regreso no trajo consigo el calor de un hogar.

La actriz viajó a Europa a filmar y lo internó nuevamente, esta vez en Canadá, donde se dice que madre e hijo establecieron un pacto de respeto mutuo y un acuerdo de notas: a cambio de calificaciones destacadas, María lo llevaría de viaje o permitiría que la visitara con un amigo.

La disciplina de María no era menos rigurosa; familiares recuerdan que enrique tenía una cicatriz en la cabeza producto de un golpe con una tabla cuando lo regañó durante una filmación.

A pesar de su difícil infancia, Enrique regresó de Canadá con un carácter fortalecido y un sueño: convertirse en actor.

Su padre, un hombre de principios, no se opuso, pero le exigió primero obtener un título universitario.

Enrique cumplió, graduándose en Ciencias Políticas de la UNAM, hablando siete idiomas y entregando a su padre el diploma antes de seguir su verdadera vocación.

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María, por su parte, le advirtió que no contaría con su ayuda, deseando que brillara por sí mismo y no a la sombra de ella, diciéndole: “vas a tener que ser mejor que yo, más inteligente y más disciplinado, para que te acepten o, de lo contrario, vas a padecer un rechazo”.

Esta exigencia marcó su carrera actoral.

Enrique Álvarez Félix se distinguió en la actuación por su talento, disciplina y entrega, cualidades heredadas de su madre, pero a diferencia de ella, cultivó un hermetismo total sobre su vida amorosa.

Debutó en cine en 1964 en Simón del desierto y se consolidó en televisión como el galán clásico de los melodramas de principios de los setenta, destacando en producciones como Renzo el amor, Tiene cara de mujer y Colorina.

Sin embargo, su papel más importante en cine fue el de Jaime Landa, el “señorito snob”, en Los Caifanes de 1966, un mote que le costó quitarse debido a su personalidad exquisita y diplomática.

Su amor platónico, según familiares, fue la actriz Julissa, aunque esta lo desmintió, afirmando que Enrique era homosexual, un secreto a voces que él nunca trató de ocultar.

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Tanto Enrique como María siempre mantuvieron su sexualidad al margen del escrutinio público, siendo la única relación evidente en la vida del actor el profundo pero complicado vínculo con su madre.

Amigos y compañeros de la actriz relatan que la relación estaba marcada por el despotismo y la humillación de María, quien parecía verlo siempre en segundo plano, siendo más egoísta que amorosa.

Cuentan que a menudo Enrique salía llorando de casa de su madre tras visitarla.

Enrique persiguió incansablemente su deseo de brillar con luz propia.

En teatro, intentó constantemente interpretar papeles que lo desmarcaran del galán débil de los melodramas, como su interpretación de Don Quijote, que consideró un gran reto y un esfuerzo por salirse del encasillamiento.

A pesar de sus esfuerzos, para algunos críticos, siempre fue una copia de su madre, con su mismo egoísmo y desplantes que en María se veían geniales y en Enrique parecían imitación.

Durante una década, Enrique dedicó su tiempo a recopilar y seleccionar más de 600 fotografías inéditas de María, que culminaron en la publicación del libro María Félix en 1992, prologado por Octavio Paz.

A pesar de los desplantes y las humillaciones, Enrique profesó a su madre una admiración y amor incondicional, aunque el amor de María fuera descrito por su círculo como “egoísta y temerario”.

Un ejemplo de esto fue que en las fiestas de María Enrique no solía estar presente y, según se rumoreaba, el actor tenía problemas económicos antes de morir, a pesar de la inmensa fortuna de su madre.

La relación con su padre tampoco fue fácil.

En un momento de rabia, cuando este estaba moribundo, Enrique se burló de su incapacidad de hablar en diferentes idiomas, aunque finalmente, impulsado por su hermana, viajó a Guadalajara para reconciliarse y estar a la cabecera de su padre en sus últimos momentos.

La vida de Enrique Álvarez Félix terminó de forma abrupta y prematura.

Su última participación en telenovelas fue en Marisol, donde, irónicamente, su personaje también moría.

El jueves 23 de mayo de 1996, dos días después de finalizar las grabaciones, Enrique no quiso cenar y más tarde, a las 12:30 de la noche, pidió un sándwich.

Poco después, comenzó a quejarse de un dolor y ardor en la garganta.

Viviendo solo en un penthouse cerca de la casa de María Félix (quien se encontraba en París) y acompañado únicamente por su servicio doméstico, su dolor se intensificó.

La servidumbre llamó a su doctor, quien minimizó el dolor, y luego a una ambulancia.

Se cuenta que, al llegar los paramédicos, lo atravesaron en la cama para inyectarle algo y, a pesar de que “no se estaba asfixiando, ni necesitaba ningún tubo en la tráquea”, se lo insertaron, momento en el que Enrique se fue.

Murió a las 2 de la madrugada del viernes 24 de mayo de 1996 a causa de un ataque masivo al corazón.

La noticia de su muerte llegó a María Félix a través de Ernesto Alonso, un amigo cercano y vecino, quien tuvo que desmentir la mentira inicial del servicio de que Enrique estaba “muy grave” y decirle la verdad por teléfono.

La Doña regresó a México para despedir a su único hijo, cumpliendo su última voluntad de que nadie, excepto familiares y amigos cercanos, entrara a la capilla fúnebre, alimentando el secretismo y las especulaciones.

Tras su funeral, se generaron versiones de que el actor había muerto de SIDA e incluso que se había suicidado, rumores que él mismo había tenido que desmentir en vida.

El hermetismo que rodeó su muerte, sumado a su preferencia sexual y el hecho de que su asistente, Javier Téllez, permaneciera empleado por María y resultara ser el segundo beneficiario de un importante legado a la muerte de la actriz, incrementó los rumores sobre su supuesta relación sentimental con Enrique, aunque personas cercanas a la familia aseguran que Téllez no era la pareja del actor.

Enrique había dejado una última petición póstuma: quería que su tumba quedara a nombre de otros familiares para que, cuando murieran, pudieran hacerle compañía y no estuviera solo.

Al día siguiente de su funeral, María Félix, visiblemente afectada pero con su carácter indomable intacto, dio una entrevista, calificando a su hijo como “un buen actor, un profesional y un buen muchacho”, y asegurando que “perder a Enrique ha sido un golpe muy fuerte”.

A manera de homenaje póstumo, en 1997, María publicó el libro Una raya en el agua, con la colección particular de fotografías y recuerdos que Enrique guardaba de ella, a quien, a pesar de todo, calificó hasta su muerte como su amigo, su orgullo y su más grande amor.

 

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