La NlŃA participante de la VOZ con un TRAGlCO FlNAL – Biopic Iralia Latorre

Para quienes llegaron a conocerla, el nombre de Iraila La Torre despierta recuerdos tan luminosos como dolorosos.

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Desde muy corta edad, su voz prodigiosa y su pasión innata por la música la convirtieron en una figura inolvidable del panorama infantil en España.

Era una niña capaz de iluminar cualquier escenario con su talento y su sonrisa.

A pesar de las duras adversidades que tuvo que enfrentar, Iraila nunca dejó de soñar ni de cantar.

Su historia es la de una pequeña artista que, con su espíritu y su voz, dejó un legado que trasciende la televisión y la música.

Iraila La Torre Ruiz nació el 1 de julio de 2002 en Valencia, España.

Creció en una familia profundamente vinculada al arte y la cultura.

Su padre, Juan La Torre, era actor, y su madre, Amparo Ruiz, compartía también una gran sensibilidad artística.

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Hija única, se crió en un apartamento del barrio de Patraix, en un ambiente donde la creatividad era parte de la vida cotidiana.

Desde muy pequeña mostró interés por la música, el canto y la interpretación.

Sus padres, conscientes de su talento, la animaron a formarse desde temprana edad.

Comenzó a tomar clases de canto y actuación, desarrollando rápidamente una voz fresca, potente y llena de emoción.

Iraila no solo soñaba con ser cantante y actriz, sino que trabajaba con disciplina para lograrlo.

Estudió en la escuela primaria La Comarcal, en Picassent, donde se integró al coro escolar.

Paralelamente, recibió clases de piano, técnica vocal en el centro de Tania Centeno y formación en baile en la academia María Carbonell, en Valencia.

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Su desarrollo artístico era constante.

Además de la música, Iraila se formó como actriz en cursos intensivos de verano en la Casa de la Cultura de Picassent.

Su presencia escénica y su carisma natural llamaban la atención de profesores y compañeros.

Todo parecía indicar que su futuro estaría lleno de escenarios, aplausos y oportunidades.

Sin embargo, en 2009, cuando tenía solo seis años, su vida dio un giro devastador.

Iraila comenzó a mostrar un fuerte deterioro en su estado de salud.

Sus padres, alarmados, iniciaron una búsqueda desesperada de respuestas.

Durante semanas acudieron a distintos hospitales, donde incluso fueron acusados de ser hipocondríacos.

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En uno de los episodios más duros, una doctora llegó a tratar a la niña con desprecio y no ordenó pruebas médicas.

La salud de Iraila seguía empeorando.

Fue la pediatra Marisa Tronchoni quien finalmente encendió las alarmas.

Sospechó que Iraila podía padecer un neuroblastoma, un tipo de cáncer infantil que afecta al sistema nervioso.

La niña fue trasladada de urgencia al Hospital La Fe de Valencia.

El 5 de agosto de 2009 llegó el diagnóstico más temido.

Iraila tenía neuroblastoma estadio 4 de alto riesgo.

El cáncer ya se había diseminado por su cuerpo.

Los médicos fueron contundentes.

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El pronóstico indicaba que le quedaban menos de cinco años de vida.

A pesar de la gravedad, Iraila no comprendía del todo lo que ocurría.

Incluso bromeaba al saber que su enfermedad compartía nombre con su signo zodiacal, cáncer.

Pero la realidad era mucho más dura.

Juan y Amparo decidieron que, pasara lo que pasara, su hija tendría la mejor calidad de vida posible.

Destinaron todos sus recursos a su cuidado y a cumplir sus deseos.

Iraila comenzó quimioterapia apenas dos días después del diagnóstico.

Perdió su larga cabellera, uno de los golpes más visibles del tratamiento.

Sus padres compraron una peluca para ayudarla a sobrellevar ese cambio.

Aun en medio del dolor, la familia buscó momentos de felicidad.

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Viajaron a Eurodisney en París, siempre con extrema precaución.

Cada salida implicaba una planificación cuidadosa y la constante posibilidad de una emergencia médica.

Nunca dejaron de luchar.

En febrero de 2010, Iraila se sometió a un trasplante de médula ósea.

Pasó 28 días en aislamiento total.

Sus padres consultaron médicos, terapias alternativas y tratamientos experimentales.

Nada parecía detener la enfermedad.

Pese a todo, Iraila jamás perdió su alegría.

Cantaba, bailaba y animaba a otros niños hospitalizados.

Las enfermeras la admiraban y le pedían que cantara para levantar el ánimo de todos.

Incluso en los días más duros, su energía era contagiosa.

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Con el tiempo, la familia encontró un tratamiento experimental aprobado en otros países.

Aceptaron que Iraila fuera la primera en probarlo en Valencia.

Lamentablemente, tampoco funcionó.

El cáncer continuó avanzando.

Aun así, Iraila siguió persiguiendo sus sueños.

Participó en obras de teatro, anuncios publicitarios y actuaciones musicales.

En 2012 sufrió una recaída, pero continuó asistiendo al colegio siempre que pudo.

Amaba aprender, especialmente inglés, convencida de que lo necesitaría como futura estrella.

Admiraba a Adele y Rihanna, cuyas canciones interpretaba con gran pasión.

El 18 de mayo de 2013 presentó su primera canción original, “La Comarcal Jafán”.

Ese mismo año audicionó para el programa El Número Uno, aunque no fue seleccionada.

Lejos de rendirse, decidió intentar algo más grande.

Se presentó al casting de La Voz Kids España.

Pidió a sus padres no mencionar su enfermedad.

Quería ser elegida solo por su talento.

En ese momento, los exámenes indicaban que estaba limpia de la enfermedad.

La noticia llegó el 1 de julio de 2013, el día de su cumpleaños número 11.

Iraila había sido seleccionada.

En las audiciones a ciegas, tres entrenadores giraron sus sillas.

Eligió el equipo de Malú.

Avanzó hasta el último asalto del programa.

La Voz Kids se estrenó el 6 de febrero de 2014.

Ese mismo mes, el cáncer regresó con fuerza.

Mientras el público la veía brillar en televisión, Iraila luchaba por su vida en el hospital.

El 10 de marzo de 2014, los médicos informaron a sus padres que solo le quedaban horas.

Iraila se fue a dormir en paz y no despertó.

Tenía apenas 11 años.

Tras su muerte, el programa se emitió con autorización de sus padres.

El episodio batió récords de audiencia.

Millones de personas la despidieron desde sus hogares.

Su legado no terminó ahí.

Juan y Amparo fundaron la Asociación Iraila para financiar la investigación del cáncer infantil.

Transformaron su dolor en ayuda y esperanza para otros niños.

Hoy, más de diez años después, la voz de Iraila sigue viva.

En la memoria colectiva.

En la música.

Y en cada niño al que su historia sigue inspirando.

 

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