¿Te gustaría ir a Venezuela en algún momento? Me gustaría volver por un año y estaban cinco compañeras mías del Miss Venezuela y entonces estaban a sus 18 años, Maa Parpar, la hija de la inolvidable Manas Spar rompe el silencio que mantuvo durante casi toda su vida.

Por primera vez, la la joven sobreviviente de uno de los crímenes más impactantes de América Latina se atreve a hablar.
Y lo que está a punto de confesar no es lo que nadie esperaba.
Durante años, su nombre estuvo envuelto en versiones contradictorias, investigaciones cuestionadas y un caso que muchos aseguran nunca se esclareció del todo.
Hoy Maya enfrenta los rumores que siempre rodearon la muerte de su madre.
Desde las supuestas negligencias en la autopista hasta las teorías que apuntaban a que no fue un simple robo, sino algo mucho más oscuro, más planificado y más cercano.
Pero eso no es todo hoy.
En este video, Maya también revelará cómo creció cargando la sombra mediática del caso, las polémicas sobre la protección que recibió tras el crimen, los debates sobre quién debía hacerse cargo de ella y las tensiones familiares que nunca salieron a la luz.

Hasta ahora.
Prepárate porque lo que vas a escuchar hoy marca un antes y un después en la historia de Mónica Speer y en la vida de su hija.
Hay una parte de mí que nunca terminó de crecer porque durante años viví escondida en el silencio que otros construyeron para protegerme.
Yo estaba ahí en el asiento de atrás mientras todo ocurría.
Y aunque era solo una niña, siempre supe que mi vida cambió porque alguien decidió que la de mis padres no valía nada.
Muchas veces escuché que aquello fue cosa de unos pillos, un simple atraco, pero yo crecí leyendo cosas muy distintas, que si fue planeado, que si había intereses detrás, que si todo pasó demasiado rápido para ser casual.
Y duele porque mientras la gente debatía teorías, yo apenas intentaba entender por qu mi mamá, una mujer que siempre defendió la vida y la justicia, desapareció en cuestión de minutos.

Hoy estoy aquí para hablar de esa herida que nunca cerró y de cómo, sin quererlo mi nombre quedó atrapado entre rumores, titulares y decisiones que otros tomaron por mí.
Esta soy yo después de tantos años tratando de ponerle voz a lo que durante tanto tiempo nadie me dejó decir.
Pienso mucho en todo lo que he vivido y en la vida que todavía tengo por delante, pero también en lo que ellos perdieron.
Cuando escucho como cuentan la historia de mi mamá, una mujer que nació en Maracaibo llena de sueños y que creía que su vida estaba completa junto a mi papá, siempre siento un nudo en el pecho.
Ella solo quería intentarlo de nuevo, recuperar lo que alguna vez tuvieron, volver a ser una familia y por eso aceptó regresar a Venezuela, un país que la marcó y que también la lastimó tantas veces.
Yo crecí escuchando que ya la habían asaltado cinco veces, que era peligroso, que no era buena idea volver.

Pero el amor tiene esa forma extraña de convencernos de que todo va a estar bien.
Nadie imaginó que ese viaje, el que supuestamente sellaría su reconciliación sería el último.
A mí me han contado mil veces cómo quedó el carro, como mi mamá y mi papá quedaron atrapados después de que un miguelito reventara las llantas, como todo pasó en minutos que cambiaron mi vida para siempre.
Me hicieron daño como ser humano.
Yo sé que hay muchas personas que todavía no han sido con la conmovedora despedida a la asesinada actriz Mane Casper y a su esposo, cuyos restos mortales ya descansan en dicen que yo dije que se quedaron dormidos y que están en el cielo.
Y tal vez era la única manera que tenía de entender la muerte cuando era tan pequeña.
Pero hoy que ya soy mayor, sé que nada de lo que pasó fue un accidente ni una mala suerte cualquiera.
Sé que hubo negligencias, versiones contradictorias y una investigación que todavía deja preguntas abiertas.

Mucha gente se solidarizó, sí, pero después todos siguieron con sus vidas y yo tuve que aprender a vivir con la ausencia, con las sombras, con el miedo y con la rabia.
Lo único que puedo decir ahora es que aunque la ley haya caído sobre algunos culpables, la verdad completa aún pesa sobre nosotros.
Y yo estoy aquí para seguir hablándola, porque esa es la única manera de honrar su memoria.
Crecí oyendo nombres que para muchos no significan nada, pero que para mí marcaron el final de mi familia.
Siempre escuché que detuvieron a varias personas, que al final quedaron 10 sospechosos, que uno de ellos, Gerardo Contreras, el gato, cayó con una cédula falsa y terminó confesando que fue quien le quitó la vida a mi mamá.
Lo repiten como si eso cerrara la historia, como si con solo mencionar los años de cárcel se aliviara lo que pasó.
Pero para mí nunca fue tan simple.
los fiscales, las detenciones, las condenas.

Todo eso lo escuché tantas veces que casi parece un libreto, pero aún así siempre había huecos, versiones distintas, silencios incómodos y gente que se beneficiaba del hermetismo.
Recuerdo cuando salió la confesión de uno de ellos en 2023, como todos decían que por fin había una verdad, pero pero yo solo sentí que reabrían una herida que jamás había sanado.
Y encima de todo estaban los rumores, esos que decían que mi mamá estaba metida en un ajuste de cuentas, que había rechazado a alguien poderoso o que un delincuente enamorado la había atacado por venganza.
Yo crecí escuchando esas cosas como si fueran reales, como si fuera posible que una mujer como ella mereciera morir por una historia inventada por personas sin escrúpulos.
La verdad es que nada de eso consuela ni justifica ni explicar.
Solo revela lo frágil que era la justicia en un país donde mi mamá terminó pagando con su vida decisiones que nunca tomó.

A mí me contaron que el gato jamás mostró arrepentimiento y que incluso decía que solo estaba preso porque mi mamá era famosa, como si su vida valiera más por salir en televisión y no por ser un ser humano.
También supe cómo prepararon todo.
Las piedras, la espera en la oscuridad, el momento exacto en que nuestro carro pasó y se estrelló.
Y como mis padres solo querían volver a casa después de un día tranquilo en la playa, crecí escuchando que los delincuentes se molestaron al no encontrar suficientes cosas de valor y que cuando se dieron cuenta de quién era mi mamá, todo cambió para peor.
Dicen que él tomó una cámara, que ella se quedó quieta, que ninguno de los dos se resistió y que aún así decidieron dispararles.
Lo que más me duele es que la versión final de lo que pasó no vino de mi familia ni de la justicia, sino de confesiones frías que parecían narrar un robo fallido, una improvisación mezclada con rabia y estupidez.
Yo sobreviví porque mi mamá me cubrió con su cuerpo y a veces me pregunto qué habría pasado si el gruero no hubiera respondido los tiros, si la noche no hubiera estado tan oscura, si todo eso no hubiera sido provocado por una mezcla de maldad y descuido.

Y mientras tanto, la gente afuera inventaba historias diciendo que mi mamá se había metido con alguien peligroso, que un hombre celoso la había mandado a callar porque estaba regresando con mi papá.
Y yo crecí escuchando rumores absurdos que solo buscaban darle un giro morboso a una tragedia que ya era suficientemente dolorosa.
Lo que pasó no fue una novela ni una leyenda urbana.
Fue la noche en que perdí a mis padres y en la que entendí demasiado temprano lo cruel que puede ser el mundo.
Cada vez que escucho todo lo que se inventó sobre mi mamá después de su separación, no puedo evitar pensar en cómo la gente es capaz de convertir cualquier silencio en un escándalo.
La verdad es que en ese tiempo ella estaba sola, enfocada en su carrera y en reconstruirse.
y cuando decidió volver con mi papá, lo hizo desde un lugar de madurez, no por drama ni por ninguna novela oculta.
Pero cuando ocurrió el crimen, todo se descontroló y las versiones empezaron a multiplicarse, como si el dolor de mi familia fuera combustible para que otros jugaran a ser expertos.
Primero dijeron que ella se resistió, después que todo pudo haber sido planeado por su fama.
Y aunque las autoridades lo descartaron rápido en redes, la gente siguió alimentando teorías, incluso esa del gruero armado, que según algunos empeoró la situación.
Yo crecí escuchando esas cosas como si fueran verdades, cuando lo único cierto es que mis papás intentaron salvarse escondiéndose dentro del carro y que la suerte no estuvo de su lado.
A veces pienso en lo irónico que es que alguien que amaba tanto a Venezuela, que siempre regresaba pese al peligro, terminara perdiendo la vida allí.
Mi mamá era una mujer que nació en Maracaibo, que creció feliz entre hermanos, que enamoraba con sus ojos y su presencia, que fue descubierta casi por accidente y que terminó convirtiéndose en actriz en un país obsesionado con sus reinas de belleza.
Ella hizo sacrificios por mí.
Dejó su carrera un año entero solo para ser mamá y aún así su final quedó reducido a titulares, rumores y juicios apresurados.
Después de lo que pasó, todos hablaban de combatir la violencia, de proteger a los que no tienen voz.
Pero yo crecí con la sensación de que nadie podía devolverme lo que perdí, ni explicar por qué una historia tan luminosa terminó así.
Y tal vez por eso hoy elijo hablar yo con mi propia voz, para que mi mamá sea recordada por su vida y no solo por la forma cruel en que se la arrebataron.
A veces todavía escucho a la gente decir que la manera en que mataron a mi mamá fue tan brutal que les partió el alma.
Y aunque lo digan con buena intención, para mí esas palabras se sienten como un eco que no termina de apagarse.
Su muerte estremeció a todo un país porque era una figura pública, sí, pero también porque reveló algo que muchos venezolanos viven todos los días en silencio.
El 6 de enero de 2014 dejó de ser una fecha común para convertirse en el día en que la violencia se llevó a una mujer que había construido su vida con esfuerzo, alegría y determinación, y que soñaba con inspirar a otras mujeres como ella.
Recuerdo ver imágenes de marchas, gente en las calles protestando, personas llorando, a una madre, a una actriz, a una reina de belleza que representaba esperanza para muchos, mientras yo apenas podía entender por qué la vida me había cambiado para siempre.
Mi mamá era luz, era calma, era una persona que abrazaba con el alma.
Y su funeral cerró un capítulo que nunca pedí vivir.
Un capítulo lleno de cámaras, aplausos tristes y despedidas que no deberían existir para alguien tan joven.
Siempre dicen que ella tenía mucho por enseñar, pero quienes realmente necesitamos fortaleza fuimos los que nos quedamos atrás tratando de reconstruirnos entre tanta ausencia.
Y con el tiempo fui sabiendo más.
Incluso cuando me contaron que el gato, uno de los responsables, murió en prisión en 2020, me enteré casi como quien recibe un dato frío, como si su muerte resolviera algo, cuando en realidad lo único que sentí fue que nada de eso me devolvería a mis padres, ni borraría el camino tan difícil que tuve que recorrer desde entonces.
Hoy hablo porque ya no soy la niña herida que todos querían proteger, sino una mujer que entiende lo que pasó y que quiere que la historia de mi mamá se recuerde por su vida, no solo por la tragedia que nos tocó enfrentar.
Cuando me contaron que uno de los responsables murió por complicaciones pulmonares y tuberculosis, no sentí alivio ni justicia, solo una especie de vacío extraño, porque nada de eso cambia lo que pasó, ni me devuelve lo que perdí.
La muerte de mi mamá estremeció a un país entero como si fuera algo que nadie esperaba ver.
Aunque todos sabían que la violencia ya era parte del día a día en Venezuela, su caso se volvió un símbolo de miedo, de dolor, de esa sensación terrible de que en cualquier esquina podías perderlo todo, incluso la vida, y de que la delincuencia podía arrebatarte hasta la familia.
autopista de Venezuela, donde se encontraba de vacaciones junto a su exesposo y padre de su hija, con quien tenía una excelente relación.
Él también, por cierto, fue mortalmente a su tío, que su papá y su mamá no son tan viejos, pero que se quedaron dormidos y están en el cielo.
A veces me resulta duro escuchar que la recuerdan como un icono de la inseguridad, cuando para mí siempre fue simplemente mi mamá, mi lugar seguro, mi mundo.
Y sí, la noticia impactó al mundo, pero la herida más profunda la cargué yo, la niña que quedó sola de un momento a otro tratando de entender porque su vida había cambiado tan brutalmente.
Con el tiempo crecí y aunque muchos pensaron que nunca podría superarlo, mis tíos hicieron lo imposible por convertirse en mi refugio.
Ellos me sostuvieron cuando yo no encontraba palabras, cuando solo podía procesar mis emociones imaginando cosas o inventando espacios para no sentir tanto dolor.
Al principio viví con ellos como una niña perdida, pero poco a poco el amor que me dieron se convirtió en un hogar.
Y un día, sin planearlo, miré a mi tía y le pregunté si podía llamarla mamá.
Ella me respondió que la llamara como quisiera, aunque confesó que no sabía ser madre, pero para mí ese momento fue una segunda oportunidad, un abrazo que llenó un poco de todo lo que me faltaba.
Y aunque nunca dejé de recordar a mis papás, encontré en ella una manera de seguir adelante sin sentirme tan sola.
A veces, cuando pienso en todo lo que ocurrió, siento que sigo cargando una parte del dolor que dejó aquel viaje que mis papás soñaron con tanto entusiasmo.
Ellos querían recorrer Venezuela juntos, volver a conectar como familia y jamás imaginaron que esa aventura terminaría en la oscuridad de una carretera donde alguien decidió colocar piedras para detenerlos.
Yo estaba en el asiento de atrás y aunque era muy pequeña, hoy entiendo que lo único que hicieron fue protegerme, porque nunca se trató de defender objetos, sino de intentar salvar mi vida.
Sobreviví con heridas que sanaron por fuera, pero con un vacío que tardé años en comprender.
Primero viví con mis abuelos que me llevaron a Florida y me rodearon de cariño en medio del caos.
Y luego mi tío y su esposa asumieron el papel de padre sin pensarlo dos veces, regalándome esta habilidad cuando más la necesitaba.
Ellos estuvieron ahí en mis 15 años, en cada logro, en cada paso hacia la persona que soy hoy.
Y gracias a su apoyo pude crecer sin sentir que mi historia estaba destinada a la tragedia.
Siempre dicen que heredé la sensibilidad y la bondad de mi mamá, y eso es algo que intento honrar día tras día.
Con el tiempo también me involucré en proyectos que la mantienen viva, como el documental que mi abuelo Rafael impulsó, una película que buscaba contar su historia desde un lugar de amor y memoria, no desde el sensacionalismo.
Para mí fue un recordatorio de que aunque la vida nos arrebató demasiado, aún hay caminos para sanar y transformar su legado en algo que inspire a otros.
Con los años he aprendido a mirar la historia de mis padres con más amor que dolor.
Y aunque lo que pasó marcó mi vida para siempre, también me enseñó a valorar todo lo que ellos soñaron y no pudieron terminar.
A veces siento que volver a Venezuela algún día será mi manera de cerrar un ciclo, no para revivir la tragedia, sino para reconciliarme con el lugar que los vio nacer y que a pesar de todo, sigue siendo parte de mi identidad.
Pienso mucho en mi mamá cuando era joven, en esa niña de Puerto Cabello que más tarde creció entre Maracaibo y una familia llena de cariño, rodeada de hermanos, de valores y de una sensibilidad que siempre la distinguió.
Me han contado tantas veces como desde pequeña se interesó por los escenarios, como intentó seguir el camino tradicional estudiando ingeniería, pero terminó aceptando que su vocación estaba en la actuación.
Mi abuelo siempre me dice que él estuvo ahí cuando ella finalmente tuvo el valor de confesarle que quería dedicarse al arte y que nunca dudó en apoyarla.
Esa decisión la llevó a estudiar teatro en Florida, a prepararse a soñar en grande y eventualmente a competir en el Miss Venezuela y después en el Miss Universo.
Escuchar esa parte de su vida me llena de orgullo porque veo a una mujer que no tuvo miedo de romper expectativas, que luchó por lo que amaba y que dejó huellas incluso antes de hacerse famosa.
Cuando pienso en todo eso, entiendo mejor quién era ella y también quién soy yo.
Y por eso, aunque mi infancia estuvo marcada por una pérdida enorme, mi deseo de volver a su país no nace del rencor, sino de la necesidad de honrar lo que mis padres empezaron y de encontrar mi propia forma de seguir adelante.
Cuando escucho hablar sobre la carrera de mi mamá, me doy cuenta de cuántas vidas tocó antes de que la nuestra se rompiera para siempre.
Ella llegó al Miss Venezuela como Miss Trujillo en 2004.
Y aunque muchos la recuerdan por su belleza, lo que más me impresiona es cómo logró abrirse paso en la televisión apenas dos años después, interpretando Tamara en el desprecio.
Fue en ese tiempo que conoció a mi papá, Thomas Henry Berry, un hombre que venía del turismo y que también había vivido de cerca la inseguridad del país, igual que ella.
Los dos sabían lo que era sentir miedo en su propia tierra porque los habían asaltado varias veces, pero aún así intentaron construir una vida juntos antes de que todo se complicara.
Mi mamá consiguió su primer gran protagónico en mi prima ciela y ahí fue cuando Venezuela realmente la adoptó, cuando la gente empezó a verla como alguien cercana, humana, auténtica.
Se casó con mi papá.
Yo llegué al mundo en 2008 y su vida parecía encaminada hacia algo bonito, lleno de proyectos y crecimiento.
Recuerdo que me contaban con orgullo como en 2009 volvió a la televisión interpretando a Micaela en la mujer perfecta, un papel que significó muchísimo porque mostraba una realidad poco entendida, la del síndrome de Asperger.
Mi mamá siempre tuvo una sensibilidad especial y creo que por eso pudo interpretar a una joven tan distinta con tanta verdad y honestidad.
Cada vez que veo imágenes de esa etapa, siento que ella estaba exactamente donde quería estar, usando su talento para abrir conversaciones, para representar a quienes no tenían voz.
Y eso me hace entender de dónde viene mi fuerza.
Hoy, incluso después de todo lo que nos pasó, cuando veo todo lo que mi mamá logró en tan poco tiempo, entiendo por qué tanta gente la recuerda con tanto cariño.
Ella no solo fue una actriz talentosa, también fue una mujer que asumió historias difíciles con una sensibilidad que pocas personas tienen.
Recuerdo que me contaban como interpretó a personajes que enfrentaban discriminación, luchas internas y realidades sociales complejas.
y como gracias a eso terminó convertida en embajadora de organizaciones que defendían a personas con autismo y condiciones especiales.
Después vinieron novelas como Calle Luna, calle Sol, donde dio vida a María Esperanza, una joven humilde que representaba miles de mujeres venezolanas y más tarde participaciones en RCTV y su contrato con Telemundo que la llevó a conquistar un público diferente.
Me gusta pensar que cada paso que dio en su carrera fue una forma de abrir puertas y romper estereotipos, porque así la describen quienes trabajaron con apasionada, disciplinada y profundamente humana.
Cuando finalmente decidió tomarse un respiro después de pasión prohibida, también fue un acto de amor porque ese tiempo permitió que mis padres se reencontraran después de un año y medio separados.
Esa reconciliación fue importante para ellos y para mí, porque volvimos a sentirnos como una familia.
Por eso decidieron viajar a Venezuela, un país que siempre los hizo felices y donde planeaban comenzar de nuevo.
Saber eso hoy me conmueve mucho porque me recuerda que antes de la tragedia hubo un momento bonito, una oportunidad real de unirnos otra vez.
Y aunque no terminó como esperaban, ese deseo de volver a empezar es algo que guardo como un tesoro.
A veces pienso en cómo habría cambiado todo si mi mamá hubiera logrado cumplir su sueño de hacer cine, porque justo antes del viaje había recibido una propuesta para participar en un cortometraje y estaba ilusionada como una niña revisando guiones y organizando maletas mientras hablaba de lo que venía.
Ellos viajaron a Venezuela con el corazón lleno de planes, no solo para reencontrarse como familia, sino porque ella quería volver a sentir su país, abrazar a su abuela en Maracaibo, caminar por los lugares donde creció y recargar esa energía que solo Venezuela le daba.
Mi mamá siempre fue así.
Una mujer que libraba todas sus batallas desde el amor, que creía en la paz incluso cuando el mundo se volvía hostil y por eso dejó una huella tan profunda en tanta gente.
Cuando años después se estrenó Mónica entre el cielo y la tierra, sentí que de alguna manera su sueño interrumpido se completaba, que su voz volvía la pantalla desde otro lugar, honrada por quienes la amaron y la admiraron.
Para mí fue duro ver su historia convertida en película, pero también fue un regalo, una forma de recordarme que a pesar de la tragedia, su vida estuvo llena de luz, de arte, de cariño y de logros que nadie podrá quitarle.
Hoy puedo hablar de todo esto sin quebrarme tanto porque aprendí que honrarla es también reconocer su fuerza y su capacidad de inspirar, incluso después de su ausencia.
Y ahora quiero saber qué opinan ustedes sobre todo lo que he contado.
¿Creen que algún día podré terminar el viaje que mis padres dejaron pendiente? Los leo en los comentarios.
Gracias por quedarte hasta aquí y escuchar esta historia tras el telón.
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Hasta la próxima.
M.