Tenemos que actualizar la noticia.

¿Recuerd el asesinato al jugador Mario Pineida? Un audio que ya está nuestra compañera Fátima Garay para hacernos escuchar y comentarnos también darnos todos los detalles en torno a esto.
Escuchar a los sicarios.
Estas son algunas de las escuchas.
Mira, escucha.
Habla mando.
Vamos apenas por el puente Murillo y no que este teléfono está lento para todo.
No sé, pero yo voy hablando ya.
prendiendo la moto y que prende mucha hora para que lo dejes tirar y no vean la moto.
Voy a dejar aquí ya.

Claro, si quieres dejarle tu teléfono a Dani para que se quede hablando para yo comunicarme con él.
¿Dónde lo vas a recoger? Tú te vas a pegar atrás.
Sí.
Ah, bueno, déjale tu teléfono de miel para que hablando conmigo.
Que hable suave.
Aló.
E, ya la encontré.
Ya, ya.
Bueno, pues bueno, no, vente para acá, para la esquina elo ese para que para que tú estés pendiente y para trabajar para trabajar para trabajar con la línea abierta.
Aquí estoy, aquí estoy.
Ya Enrique salió para allá también.
Yo estoy aquí en la esquina, e, pero ven bajando de Rick se va para allá con el vini.

Ya lo cogí, ya lo cogí, ya lo cogí, ya lo cogí.
Pila que ahí va, pila que ahí va, pila que ahí va para que Ya, ya.
Aquí estoy, cuapa, pila que está ahí para que la cojas.
Ya, ya estoy aquí.
Ya.
Agárrala, agárrala que es tuya.
Quédate quieto, qué quieto, quédate quieto, quéate quieto, quédate quieto, quédate quieto.
Tú échate para allá, pero échate para allá.
Échate para allá.
Échate para allá.
Échate para allá.
Cuidado con algo.

Mira, pelado.
Préndela.
Relajado.
Préndela.
Mira para allá.
Mira para allá.
Mira, mira para allá.
Mira para allá.
Después de escuchar este audio, que no fue una simple conversación entre delincuentes, esa llamada tenía una orden clara.
No debía cortarse bajo ninguna circunstancia.
tenía que permanecer activa, abierta, en vivo.
La razón es aún más escalofriante.

De acuerdo con información que hoy manejan los investigadores, la llamada se mantuvo encendida para que el encargo se escuchara en tiempo real, para que quien estaba del otro lado, el intermediario, pudiera confirmar que la orden se cumplía exactamente como había sido solicitada.
Y ese intermediario a su vez debía informar de inmediato a la persona que habría dado la orden principal del asesinato.
Nada fue directo, nada fue improvisado.
Esto no fue un sicario actuando por su cuenta, fue una cadena, un engranaje perfectamente aceitado.
Según estas mismas fuentes, la instrucción fue clara desde el inicio.
La línea no se corta.
Queremos escuchar todo.
Querían saber cuando los tenían en la mira.
Querían oír el momento exacto, querían la confirmación inmediata y eso cambia por completo la dimensión del crimen.

Mientras en el audio escuchamos frases aparentemente desordenadas, la policía sostiene que en realidad se trata de códigos operativos, confirmaciones de posición, movimientos coordinados, avisos para otros sicarios que no aparecen en cámara, pero que estaban allí, porque no eran solo dos.
Tal como se ha podido reconstruir, había otros hombres coordinando la huida, preparando motos, vigilando esquinas y asegurando rutas de escape.
Todo mientras la llamada seguía abierta, transmitiendo cada segundo de lo que estaba a punto de ocurrir.
En un punto del audio, una frase resuena con especial fuerza para los investigadores.
Una frase que, según peritos, confirma que el objetivo principal no era solo Mario Pineida.
Se escucha que ahí tienen a la mera, a la mujer.
Esa parte del audio es clave porque de acuerdo con la investigación, la orden inicial estaba cargada de ira y resentimiento principalmente contra la mujer, la amante de Mario Pineida, una mujer a la que, según fuentes, señalaban como el verdadero blanco del ataque.
La acusación que circula en los entornos cercanos al caso es brutal.
la robamaridos, como la llamaban internamente.
La cólera, el odio, la sed de venganza no iban dirigidos únicamente a Mario Pineida, iban sobre todo hacia ella, pero había un problema.
Mario estaba con ella y según los investigadores, en ese punto la orden se amplió.
Si estaban juntos, los dos debían caer.
No podía haber testigos, no podía haber errores.
El mensaje debía ser total.
Por eso, como se escucha en el audio, se habla de motos listas, de no mirar atrás, de dejar todo tirado, porque el plan contemplaba desde el ataque hasta la fuga, segundo a segundo, con personas monitoreando cada movimiento.
La llamada seguía activa.
Quien escuchaba del otro lado no necesitaba ver, necesitaba oír.
Necesitaba la confirmación sonora de que la orden había sido ejecutada.
Esto recuerda, según fuentes policiales, a otros casos donde los contratistas exigían pruebas inmediatas.
En este caso, la prueba era el sonido, la transmisión en vivo del momento crítico.
Y aquí aparece otro detalle inquietante.
Tras el ataque, tal como se reveló en investigaciones anteriores, hubo un último mensaje, un WhatsApp que decía algo similar a Ya los tenemos en la mira.
Minutos después, la confirmación final, ejecutada la orden.
Ese patrón coincide exactamente con lo que se escucha en la llamada.
Primero la ubicación, luego la confirmación, después el silencio.
Pero lo más perturbador es lo que no ocurrió.
Según la reconstrucción del caso, había una tercera persona que también estaba en la zona, la suegra.
Y aunque se barajó la posibilidad de acabar con ella, las mismas fuentes indican que no era prioritaria.
El verdadero objetivo emocional, el centro de la rabia, seguía siendo la mujer.
Mario Pineida, según esta versión, terminó pagando también por una mala jugada, por estar allí, por acompañarla, por formar parte de una historia que ya había despertado demasiados resentimientos.
Y mientras todo esto ocurría, la llamada seguía abierta.
No se cortó porque alguien en algún lugar necesitaba escuchar que todo se cumplía.
La muerte de Mario Pineida no fue solo un asesinato, fue una ejecución orquestada transmitida y confirmada en tiempo real.
Y lo que acabamos de escuchar es solo el comienzo.
Después del audio, después de la ráfaga, después del caos, vino algo igual de inquietante.
El silencio perfectamente calculado.
Según fuentes cercanas a la investigación, el ataque contra Mario Pineida no terminó cuando se ejecutaron los disparos.
En realidad terminó cuando la confirmación llegó a oídos de quien la estaba esperando.
Y para entender eso, hay que mirar más allá de los sicarios visibles, mucho más allá, porque lo que hoy se investiga no es solo quién apretó el gatillo, sino quien movió los hilos sin dejar huellas directas.
De acuerdo con información obtenida por los investigadores, el esquema funcionó en capas.
Ninguno de los ejecutores tenía contacto directo con la persona que habría dado la orden final.
Todo pasó por intermediarios, hombres que recibían instrucciones, las transmitían y luego desaparecían del mapa.
El primer nivel era operativo, los sicarios en la calle, las motos listas, las rutas de escape.
Ellos solo sabían una cosa, había que cumplir y salir vivos.
El segundo nivel era de coordinación, personas que no aparecen en los videos, pero que estaban conectadas por llamadas, confirmando posiciones, avisando movimientos, controlando tiempos.
Es ahí donde encaja la llamada que nunca se cortó.
Y luego está el tercer nivel, el más delicado, el más peligroso.
Según fuentes que han tenido acceso a avances reservados del caso, la confirmación final no se quedó en el mundo criminal.
Esa confirmación tenía que llegar a alguien más, a alguien que no podía exponerse, a alguien que oficialmente no aparece en ningún documento.
Una mujer no se menciona su nombre, no se la acusa formalmente, pero su sombra aparece una y otra vez en los testimonios indirectos.
La hipótesis que hoy se investiga es esta.
Una vez ejecutado el ataque, el intermediario debía informar de inmediato que la orden se había cumplido, tal como se había solicitado.
Por eso la llamada debía seguir abierta.
Por eso había tanta insistencia en no colgar.
Era una forma de prueba, una confirmación sin papeles, una ejecución escuchada no vista.
Este método, según expertos en crimen organizado, no es nuevo.
Se usa cuando el contratista no quiere fotos, no quiere videos, no quiere rastros, pero si necesita la certeza absoluta de que el encargo se realizó.
Y aquí aparece un detalle que vuelve a encender las alarmas.
Según estas mismas fuentes, la rabia que impulsó el crimen no era reciente.
No fue un arrebato de último momento.
Era algo que venía acumulándose: celos, humillación, traición, comentarios, rumores, todo eso habría ido formando una tormenta perfecta.
Y en el centro de esa tormenta, nuevamente la mujer, la amante, la que, según personas del entorno habría sido vista como la provocadora, la que rompió códigos, la que cruzó límites.
En los círculos más cercanos al caso se habla de mensajes de advertencias previas de tensiones que nunca salieron a la luz pública.
Mario Pineida en esta narrativa aparece como parte del conflicto, pero no como el único detonante.
La furia estaba dirigida principalmente hacia ella.
Por eso, según la investigación, cuando los sicarios confirman que la tienen a ella, el operativo entra en su fase crítica.
Ya no había vuelta atrás.
Si Mario estaba allí, también caía.
Era el precio colateral de una decisión tomada mucho antes.
Y mientras esto ocurría, ¿qué pasaba con la mujer que esperaba la confirmación? Eso es lo que hoy se intenta reconstruir.
Tras el ataque, dicen las fuentes, hubo movimientos extraños, cambios de rutina, silencios prolongados, desapariciones momentáneas, personas que dejaron de responder llamadas y una ausencia que no pasó desapercibida, la esposa de Mario Pineida.
Desde el día del crimen, poco o nada se sabe de ella.
No ha dado declaraciones, no ha aparecido públicamente, no se la ha visto en los lugares donde muchos esperaban verla y eso ha alimentado todo tipo de preguntas.
Está escondida, salió del país, se encuentra bajo protección o simplemente guarda silencio mientras la investigación avanza.
Las autoridades no lo confirman, pero tampoco lo desmienten.
Y ese vacío es combustible puro para las teorías, porque mientras el país intentaba asimilar la muerte de Mario Pineida, algo más se estaba gestando en las sombras, algo que pocos notaron al inicio, pero que hoy cobra un peso enorme.
Alguien estaba siendo vigilado.
alguien seguía en la mira y esa persona, según los rumores que circulan entre fuentes no oficiales, había estado muy cerca del velorio, muy cerca del dolor público, muy cerca del adiós.
El funeral de Mario Pineida no fue solo una despedida, fue un punto de inflexión.
Quienes estuvieron allí lo recuerdan como un ambiente extraño, cargado, tenso.
No era únicamente el dolor por la pérdida, era algo más difícil de explicar.
La sensación de que alguien estaba siendo observado.
Según testimonios recogidos posteriormente, el campo santo no solo estaba lleno de familiares y amigos, también había personas que no pertenecían al círculo íntimo, rostros poco conocidos, miradas que no lloraban, sino que escaneaban el lugar.
Y entre ellas una mujer no llegó sola, no llamó la atención al entrar, no protagonizó escenas, simplemente estuvo allí.
Fuentes cercanas al entorno aseguran que ella formaba parte del círculo cercano de Mario Pineida, alguien que podía asistir sin levantar sospechas.
Algunos la saludaron, otros apenas la reconocieron.
Nadie imaginaba que horas después su nombre estaría en el centro de una nueva tragedia.
Karen Grunaer, según versiones que comenzaron a circular tras el funeral, Karen no era una desconocida en la vida de Mario.
No se ha confirmado oficialmente su rol exacto, pero múltiples fuentes coinciden en que era señalada como la segunda amante, una relación que habría permanecido en la sombra durante mucho tiempo.
Ella sabía que ir al funeral implicaba un riesgo.
Y aún así fue.
Ese viernes 19 de diciembre, Karen llegó al Camposanto Parque de la Paz en la parroquia La Aurora, Daule.
No llegó en cualquier vehículo.
Llegó en un automóvil de alta gama con blindaje profesional, un detalle que hoy pesa más que nunca.
¿Por qué una mujer que solo iba a despedirse de un amigo necesitaría un carro blindado? Esa pregunta sigue sin respuesta oficial, pero para los investigadores no pasó desapercibida.
El sepelio transcurrió entre rezos, llanto y despedidas.
Karen permaneció en un segundo plano sin exponerse demasiado.
Observaba, escuchaba y según quienes estuvieron cerca, se notaba nerviosa.
Como si supiera algo, como si temiera algo.
El ataque no ocurrió allí.
No frente a la tumba, no durante las oraciones.
Ocurrió en el momento más vulnerable, la salida.
Una vez terminada la sepultura, Karen subió al vehículo junto a sus acompañantes.
Al abandonar las instalaciones del cementerio y tomar la vía principal, ocurrió lo impensable.
Fueron interceptados.
No fue un intento de asalto, no fue improvisado.
Fue un ataque preparado.
Los sicarios sabían exactamente lo que hacían.
utilizaron fusiles de guerra calibre 5,56, armas capaces de atravesar blindajes, vídeos reforzados y acero.
El objetivo era claro.
El ataque fue directo y quirúrgico hacia la posición de Karen.
El vehículo quedó destrozado.
Los disparos fueron precisos.
No hubo margen de reacción.
Karen murió en el acto.
Sus acompañantes resultaron heridos aumentando el caos.
Gritos, gente corriendo, cuerpos agachándose para cubrirse.
Todo ocurrió a pocos metros de donde minutos antes se había enterrado a Mario Pineida.
Dos muertes, menos de 72 horas, el mismo entorno.
Para los investigadores, esto ya no podía ser coincidencia.
Este segundo asesinato cerró, al menos simbólicamente, un ciclo de violencia que comenzó con la muerte de Mario Pineida y su acompañante en el primer ataque, pero también abrió otro ciclo mucho más peligroso.
Porque si Karen era, como indican varias fuentes, la segunda amante, entonces la pregunta es inevitable.
¿Estaban eliminando testigos o estaban cumpliendo una lista? Las teorías comenzaron a multiplicarse.
Algunos sostienen que Karen sabía demasiado.
Otros creen que su presencia en el funeral fue vista como una provocación.
Hay quienes aseguran que su muerte fue una advertencia.
Y también están quienes señalan que el verdadero objetivo siempre fue ella y que Mario quedó atrapado en una guerra que no controlaba.
Lo cierto es que el patrón se repite.