Darío Gómez tuvo una vida llena de dificultades.

Hay una que particularmente lo marcó y la contó para el programa “Se dice de mí” del canal Caracol, siendo una de las anécdotas más duras de su vida.

Todo comenzó cuando, según Darío Gómez, su padre se fijó en la mujer equivocada.

“A mi papá lo embrujaron; sabemos quién le dio el maleficio, fue una de sus amantes”, relató Darío.

Lamentablemente, le dieron el maleficio tan concentrado que a mi papá se le metió en la cabeza que tenía que matar a mi mamá.

Él dice que su padre se transformó en otro hombre; la familia no lo reconocía.

Él llegaba y cuando tenía mucha rabia, después de una escena de celos, molestaba a mi mamá y le decía que la tenía que matar.

Incluso decía algunas veces que él quería matarla a ella, que también quería acabar con los hijos y que, por último, quería acabar con su propia vida.

En el interior del hogar, comenzó a generar distancia y a dividir a la familia.

Orlando, mi hermano mayor, se fue huyendo de los problemas.

Se quedaron entonces afrontando los problemas Elva, Heriberto, William y Darío Gómez.

Nelson Gómez, otro exponente de la música popular, también se fue de la casa por la difícil situación que pasaban en el hogar y por las carencias económicas que vivía la familia.

Duele ver la manera como su padre se transformó prácticamente en otra persona, en un ser que ellos no reconocían.

Según parece, por ese supuesto maleficio del que fue víctima, no solo se separó la familia sino que también maltrató a los seres que más amaba.

Además, su salud quedó gravemente afectada.

“Mi papá fue un gran padre, un gran esposo y un gran hombre, pero después de que le dieron ese maleficio, que nadie notó, todo cambió”, recordó Darío.

Nos dimos cuenta fue cuando murió, porque cuando él murió estaba muy deteriorado físicamente.

El maltrato hacia mi madre duró prácticamente, si no me equivoco, un año y medio.

Nos quedábamos anonadados porque mi papá era el mejor padre y el mejor esposo del mundo.

Veía alucinaciones de que mi mamá le era infiel y, en medio de esa incertidumbre, Darío intentaba buscar una explicación lógica a lo ocurrido.

Darío cuestionaba a su padre sobre el motivo por el que le pegaba a su mamá.

Él le decía cosas como: “Ella te mandó a que te escondieras en un rastrojo mientras que ella me la jugaba con un fulano”.

Y yo solo pensaba: “Por Dios santo, papá, eso no tiene sentido, no me he separado ni un minuto de mi mamá y nunca he visto nada malo de ella”.

El rey del despecho aseguró que su padre veía alucinaciones.

Hubo un día que la familia Gómez-Zapata jamás olvidará.

Faltaban como 10 minutos para las 8 de la noche y ya estaban prácticamente acostándose cuando el papá de Darío empezó a ponerle problemas a su mamá, diciendo que tenía que matarla.

Según recordó Darío, le dio unos cinco planazos y luego la empujó contra el suelo, y ahí vieron a su madre sangrando y pensaron que la había matado.

Darío también relató el momento en el que su padre fue a buscar la escopeta.

“Yo me le acerqué, le arrebaté la escopeta y salí corriendo con ella para tirarla en la huerta, sin saber que estaba montada”.

Corrí con ella en las manos; mientras la llevaba, el disparo se escapó y maté a mi papá.

Él se desangró y yo solté la escopeta en shock.

Yo creía que él había matado a mi mamá.

Cuando miré, vi a mi papá también tendido en el suelo, desangrándose.

Fue el peor día de su vida.

Darío estaba estupefacto, por su mente pasaban mil pensamientos y, al mismo tiempo, nada.

Estaba lleno de temor, ansiedad, angustia y dolor.

“¿Por qué lo hice?”, se preguntó millones de veces.

“Salí corriendo, yo era el niño mimado de mi papá.

Qué desgracia tener que haber quedado en mis manos esa culpa.

No quería vivir en sociedad, yo quería irme con mi papá; prefería estar a su lado antes que vivir con este martirio que me acababa de pasar”, relató Darío.

Su hermano Orlando Gómez, quien estaba presente el día que ocurrió la tragedia, recuerda que, ya con su padre sin vida, se echó a llorar encima de su cuerpo.

Sin embargo, él fue consciente de que su hermano menor, Darío, no tuvo ninguna intención de hacerlo.

Él mismo se encargó de hablar con la policía y aclarar los hechos para que su hermano no fuera incriminado como culpable de la muerte de su padre.

“Que fuera tu culpa o que lo hicieras a propósito es diferente, pero esto no fue un impulso como un impulso de rabia o algo así; no fue intencional”, opinó su hija Catalina Gómez para “Se dice de mí”.

En medio de ese incalculable dolor, el joven nunca estuvo solo.

Su mamá lo acompañaba, velaba por él y oraba porque todo saliera de la mejor manera posible.

El joven no se reponía de lo ocurrido; no sabía qué hacer con su vida.

La muerte de su padre dejó una huella imborrable en sus días, sumada al dolor de saber que en vida su padre estaba sufriendo.

La autopsia o necropsia reveló que su padre tenía el corazón consumido, que según Darío se debía a una pena moral.

Según el diagnóstico, no hubiera durado más de dos meses por culpa del maleficio y de otras enfermedades.

El joven quiso mudarse a Medellín, pero las circunstancias se lo impedían.

Darío empezó a ser señalado por lo ocurrido.

Israel, un tío hermano de su padre, lo amenazó de muerte.

Pasados unos dos o tres meses, quise hablar con Israel, que me estaba achacando la culpa.

Le dije: “Hagamos una cosa, no intente hacerme daño.

Usted sabe que fue lo que pasó, yo no tuve la culpa.

Pero si usted cree que yo maté a mi papá con intención, entonces vamos a ver; yo también me voy a armar y resolvemos esto uno de los dos”.

Aunque la situación de J dejó cicatrices en la vida de Darío Gómez, con el tiempo los ánimos en la familia Gómez se calmaron y Darío fue sanando esta herida.

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