Guillermo del Toro es, sin lugar a dudas, uno de los cineastas más queridos y admirados en la actualidad.
Su carrera está marcada por una profunda fascinación por lo grotesco, lo oscuro y lo sobrenatural, un gusto que comenzó desde su infancia.
Sin embargo, la relación que tiene con sus monstruos y sus historias es mucho más compleja de lo que muchos podrían imaginar, y su capacidad para transmitir belleza a través del sufrimiento y la violencia es lo que ha marcado su legado en el cine mundial.
Desde que era niño, Guillermo fue cautivado por las imágenes de terror y los monstruos.
Creció en un entorno profundamente católico y, a través de figuras religiosas como santos y crucifijos sangrantes, comenzó a entender que la belleza y el horror pueden coexistir en el mismo espacio.
Esta comprensión de lo aterrador como algo cercano a lo divino sería la base de sus futuras creaciones.
Aunque siempre estuvo rodeado de elementos religiosos, la fascinación de Guillermo por lo grotesco nunca se limitó a una mera curiosidad; al contrario, se convirtió en una forma de vida y arte.
Desde su primer contacto con el cine, Guillermo experimentó una conexión única con los personajes monstruosos.
De hecho, su primer encuentro con el cine fue en una película gótica, Cumbres Borrascosas (1939), una historia llena de pasiones autodestructivas y, como muchos de sus futuros proyectos, un ambiente sombrío y torturado.
Lo que más impactó a Guillermo fue la conexión entre la oscuridad y la belleza en la película.
A partir de ahí, se sintió atraído por las historias que se movían entre esos dos mundos.
La fascinación por los monstruos se afianzó aún más cuando vio Frankenstein (1931), una película que marcaría profundamente su percepción del mundo.
En la figura del monstruo, Guillermo no solo vio a un ser aterrador, sino a un ser trágico, condenado al sufrimiento y al rechazo, algo que lo conectaba de manera emocional con su propia vida.
A lo largo de los años, la fascinación de Guillermo por los monstruos creció.
Películas como Drácula (1931), El hombre del pantano y Godzilla fueron algunas de las que lo inspiraron a crear su propio cine.
Pero no solo los monstruos clásicos le atraían, sino también las historias que los rodeaban.
En Frankenstein, Guillermo vio una metáfora de la condición humana, de cómo un ser aislado del amor y la comprensión se convierte en algo que la sociedad no puede aceptar.
Para él, estos monstruos representaban mucho más que terror, representaban la lucha por la aceptación y la comprensión, una lucha que, según él, todos los seres humanos enfrentamos.
El paso de Guillermo al cine fue natural.
Después de estudiar en el Centro de Estudios Cinematográficos de Guadalajara, su primera película, Cronos (1992), reflejó su amor por los monstruos y su habilidad para crear atmósferas sombrías.
En Cronos, Guillermo no solo exploró el terror, sino también la fragilidad humana y la desesperación que puede surgir de la inmortalidad.
Aunque la película no tuvo mucho éxito en México, fue aclamada en Francia, convirtiéndose en la primera película mexicana en recibir el prestigioso premio del Festival de Cannes.
Fue en ese momento cuando Guillermo se dio cuenta de que su pasión por los monstruos y su enfoque único hacia el cine podían ser su boleto hacia Hollywood.
Con Mimic (1997), Guillermo dio su primer paso en la industria estadounidense.
La película, que trataba sobre insectos mutantes, tuvo un éxito moderado, pero fue un presagio de su capacidad para hacer que lo grotesco y lo bello se entrelazaran de forma perfecta.
Sin embargo, el rodaje de Mimic estuvo plagado de problemas con los productores, quienes interfirieron constantemente en la visión creativa de Guillermo.
A pesar de esto, la película le permitió establecerse en Hollywood y lo llevó a trabajar en futuros proyectos más ambiciosos.
La verdadera oportunidad de Guillermo llegó con El espinazo del diablo (2001), una película que marcó un punto de inflexión en su carrera.
Ambientada en la España de la Guerra Civil, la película exploraba el sufrimiento infantil y la lucha por la supervivencia, todo ello en un contexto donde lo sobrenatural y lo real se entrelazaban de manera profunda.
Esta película fue un éxito crítico y consolidó a Guillermo del Toro como un director capaz de crear mundos oscuros, pero llenos de humanidad.
Después de El espinazo del diablo, Guillermo continuó con una serie de proyectos exitosos, incluyendo Blade II (2002) y Hellboy (2004), ambos llenos de monstruos y figuras fuera de lo común que se convierten en los héroes de sus historias.
En Hellboy, el personaje principal, un demonio que lucha contra las fuerzas del mal, es un reflejo de la visión de Guillermo sobre los monstruos: seres marginados que, a pesar de su naturaleza, luchan por hacer el bien.
Este enfoque de humanizar a los monstruos y verlos como una forma de resistencia frente a las injusticias del mundo se convirtió en un sello distintivo de su cine.
A pesar de sus éxitos, Guillermo nunca dejó de ser un cineasta con una profunda conexión con su tierra natal, México.
Su trabajo siempre reflejó una mezcla entre lo mexicano y lo universal, una capacidad de conectar con audiencias globales mientras mantenía una identidad propia.
En 2006, con El laberinto del fauno, Guillermo alcanzó el pináculo de su carrera, llevando su visión única de los monstruos a una historia sobre la Guerra Civil Española.
La película, una obra maestra del cine fantástico, le permitió explorar nuevamente temas de dolor, sacrificio y lucha por la libertad, mientras creaba algunas de las criaturas más icónicas de su carrera, como el fauno y el hombre pálido.
El laberinto del fauno se convirtió en un éxito rotundo, ganando varios premios, incluido el Óscar a la mejor película extranjera.
La historia de Ofelia y su lucha entre la fantasía y la brutalidad de la guerra resonó profundamente con el público.
En su discurso de aceptación, Guillermo destacó cómo sus películas buscan mostrar que la violencia y el sufrimiento no siempre vienen del mundo sobrenatural, sino de los propios seres humanos.
La película se convirtió en una reflexión sobre la inocencia perdida, la lucha por la esperanza y la necesidad de mantener la fe en medio del caos.
Después de El laberinto del fauno, Guillermo continuó trabajando en proyectos que combinaban lo oscuro y lo fantástico, como Pacific Rim (2013), una película de monstruos gigantes que, a pesar de su enfoque de acción, seguía explorando el sufrimiento humano y la lucha por la supervivencia.
En Pacific Rim, los monstruos no solo son enemigos a derrotar, sino también una forma de mostrar los miedos y las emociones humanas.
La película fue un éxito en taquilla y consolidó aún más a Guillermo como uno de los directores más originales y visionarios de su generación.
En los años siguientes, Guillermo siguió creando, desde Trollhunters (2016) hasta La forma del agua (2017), una película que le dio su segundo Óscar como director.
La forma del agua es un claro ejemplo de la filosofía de Guillermo sobre el amor y la aceptación.
En esta película, la figura del monstruo se presenta no como un ser de terror, sino como un símbolo de lo que la sociedad rechaza y margina.
La historia de amor entre Elisa, una mujer muda, y la criatura del pantano, es un testamento a la idea de que el amor verdadero no necesita transformaciones físicas, sino aceptación.
La película se convierte en una metáfora de cómo la sociedad no solo margina a aquellos que no encajan, sino que también les otorga una humanidad más profunda que aquellos que siguen ciegamente las reglas.
Es una película que trata sobre la importancia de la rebeldía, de cuestionar las normas establecidas y, sobre todo, de aceptar lo diferente. 
En 2022, Guillermo se enfrenta a nuevos desafíos, pero sigue siendo fiel a su estilo único.
Pinocho (2022), su versión de la historia clásica de Disney, es otro ejemplo de su fascinación por lo macabro, lo extraño y lo humano.
La película, que emplea la animación stop-motion, muestra a Pinocho como un ser que busca entender el mundo a través de la imperfección, desafiando las normas del amor romántico y la obediencia ciega.
La película fue aclamada tanto por la crítica como por el público, y le valió otro Óscar a Guillermo como mejor película animada.
A través de todos sus proyectos, Guillermo del Toro ha demostrado que el cine es más que entretenimiento.
Sus películas son reflexiones sobre la humanidad, sobre la lucha contra la adversidad, sobre el sufrimiento y, sobre todo, sobre la belleza que se puede encontrar en lo imperfecto y en lo marginado.
Su amor por los monstruos, lejos de ser una fascinación morbosa, es una forma de abrazar la complejidad de la vida y de transmitir un mensaje de esperanza, amor y aceptación en un mundo que a menudo parece inclinarse hacia la oscuridad.
Hoy, Guillermo del Toro es un director celebrado no solo por su habilidad para crear mundos fantásticos, sino también por su capacidad de usar esos mundos para hablar sobre la condición humana.
Su legado es el de un cineasta que, a través de monstruos, ha logrado iluminar las sombras más oscuras de la vida.
