María Callas, una de las sopranos más reconocidas de la historia de la música, no solo conquistó los escenarios del mundo, sino que también cargó con un dolor que el público nunca imaginó.

Nació el 2 de diciembre de 1923, en el seno de una familia inmigrante griega en Nueva York.

La vida de María estuvo marcada por el abandono, la lucha por encontrar amor verdadero y una carrera que, aunque le brindó fama mundial, también la destruyó.

A lo largo de su vida, María enfrentó abusos que la acompañaron hasta su muerte, y esta es una historia que muchos prefirieron olvidar.

Desde su nacimiento, María fue recibida con indiferencia.

Su madre, Evangelia Dimitriadis, deseaba un hijo varón, y al enterarse de que María era una niña, no solo la rechazó emocionalmente, sino que la crió con una constante presión.

María siempre se sintió invisible, como si su presencia fuera un error.

De pequeña, se enfrentó al rechazo de su madre, quien prefería a su hermana Jaquinzi, que era delgada, bella y social.

La relación con su madre fue siempre tensa, marcada por críticas constantes sobre su aspecto físico y una comparación constante con su hermana.

“Yo era el patito feo, gorda, torpe, impopular”, confesó María en sus memorias.

Esta herida nunca sanó, y la inseguridad que le dejó su madre la persiguió a lo largo de su vida, tanto personal como profesionalmente.

La infancia de María no fue solo difícil por las constantes críticas de su madre, sino que, a medida que crecía, su voz se convirtió en su único valor.

A los 5 años comenzó sus estudios de piano y a los 8 años comenzó sus clases de canto.

Las exigencias de su madre eran extremas: 8, incluso 10 horas de clases diarias, sin descanso ni tiempo para disfrutar de su niñez.

La voz de María era excepcional, pero su vida no lo era.

Su madre la veía solo como un instrumento, un medio para escapar de la pobreza y el fracaso de su matrimonio.

Evangelia no veía en su hija a una niña, sino una mercancía que podía poner en el escenario para conseguir fama y riqueza.

A pesar de este trato, María tenía una fuerza interna que la ayudó a sobrevivir a la crueldad de su madre y a las tragedias de su vida personal.

A los 13 años, su padre abandonó a la familia, y la madre de María decidió mudarse con ella y su hermana a Grecia, donde María se inscribió en el Conservatorio Nacional de Atenas.

Fue aquí donde su carrera comenzó a despegar, pero aún enfrentaba un gran obstáculo: el trauma emocional de haber sido tratada como una inversión más que como una hija.

En Atenas conoció a Elvira de Hidalgo, una soprano española retirada que se convirtió en su guía y, por primera vez en su vida, María experimentó el amor incondicional, algo que nunca había recibido de su madre.

Elvira de Hidalgo fue quien le enseñó a María a cantar correctamente, pero, más allá de la técnica vocal, le brindó algo que su madre jamás le dio: amor y comprensión.

Esta mujer, que la adoptó emocionalmente, le dio lo que necesitaba para desarrollarse plenamente en el mundo de la ópera.

Sin embargo, a pesar de encontrar una figura maternal en Elvira, María siguió siendo prisionera de su inseguridad y de la necesidad de ser amada, lo que la llevó a una serie de relaciones destructivas que marcaron su vida personal.

En 1945, la Segunda Guerra Mundial llegó a su fin, y María Callas, a los 22 años, regresó a Nueva York.

La situación en Europa no mejoraba, y, aunque su carrera ya despegaba, su vida personal seguía siendo un caos.

En Nueva York, se reconcilió con su padre, quien la había abandonado a los 13 años.

Sin embargo, la relación nunca fue lo que ella esperaba.

Su padre seguía siendo frío y distante, incapaz de ofrecerle el amor y la atención que tanto deseaba.

Fue entonces cuando María encontró a Giovanni Cernatelo, un tenor retirado que la escuchó cantar y la llevó a Italia, donde su carrera decoló definitivamente.

El 24 de agosto de 1947, debutó en la Arena de Verona, y fue ese día cuando el mundo entero descubrió su voz prodigiosa.

La vida de María en Italia estuvo marcada por una carrera exitosa en los escenarios más prestigiosos, pero también por el desgaste emocional que ella sufrió debido a sus relaciones amorosas.

En 1949, se casó con Giovanni Batista Meneguini, un empresario italiano.

Aunque la relación comenzó como un romance lleno de promesas y admiración, pronto se transformó en una relación tóxica donde Meneguini se convirtió en su manager exclusivo, controlando todos los aspectos de su vida y su carrera.

Lo que parecía ser un matrimonio ideal, en realidad, fue un contrato comercial donde María no tenía voz ni decisión sobre sus propios ingresos.

El control y la manipulación de Meneguini la dejaron atrapada en una relación donde su talento solo servía para enriquecer a él y a los otros hombres que la rodeaban.

En este contexto, se desarrolló el famoso amor entre María Callas y Aristóteles Onassis.

Este romance que comenzó como una relación apasionada y promesa de amor, terminó siendo una tragedia para la soprano.

Onassis, quien ya estaba casado con la hija del magnate griego Stavros Niarchos, se dedicó a utilizar a María Callas como un trofeo más en su colección de mujeres, dejándola emocionalmente destruida.

Pero lo más devastador fue el aborto que María sufrió en 1960, cuando Onassis le insistió que interrumpiera el embarazo.

María, que finalmente había encontrado una razón para soñar con una familia, se vio obligada a ceder.

El aborto, sumado al dolor de su relación con Onassis y la pérdida de su voz, la dejó emocionalmente devastada.

La constante presión de ser perfecta, de ser la “divina”, la llevó a tomar decisiones cada vez más destructivas, especialmente en lo que se refiere a su salud.

La metamorfosis física de María en los años 50, de 100 a 50 kg, fue un reflejo de su intento por cumplir con las expectativas del mundo y de los hombres que la rodeaban.

Esta transformación no solo afectó su salud, sino que también dañó irreparablemente su voz, el único don que ella creía poseer.

Finalmente, en 1975, tras años de abusos emocionales, físicos y laborales, la voz de María Callas ya no fue la misma.

En 1968, la artista había comenzado a experimentar problemas de salud que la llevaron a un lento deterioro.

El estrés, la alimentación inadecuada y el abuso de sustancias provocaron que su voz ya no pudiera alcanzar las mismas notas, lo que le causó un sufrimiento profundo.

Aunque en 1974 intentó una última gira con el tenor Giuseppe di Stefano, los críticos y el público ya notaban el declive de su voz.

Después de un último concierto en Japón, se retiró de los escenarios, sumida en una profunda tristeza.

En 1977, María Callas murió a los 53 años en su apartamento en París, debido a complicaciones relacionadas con la enfermedad de la piel que había desarrollado.

La soledad que había perseguido durante tantos años se concretó en su último día.

La industria del entretenimiento y sus admiradores, que habían idolatrado su voz, la dejaron morir en silencio.

La soprano más grande de todos los tiempos se apagó sin que nadie estuviera realmente a su lado.

El legado de María Callas sigue vivo a través de sus grabaciones y de la historia que se cuenta en los escenarios.

Pero detrás de esa figura de divinidad, hubo una mujer rota por su pasado, por la explotación, por el amor que nunca pudo encontrar y por las decisiones que la llevaron a la soledad.

María Callas mereció algo más que la fama, algo más que el escenario.

Mereció amor verdadero, paz y un futuro feliz que nunca tuvo.