La noticia se conoció a primera hora del día y rápidamente se convirtió en uno de los temas más comentados del panorama político colombiano.
Miguel Uribe Londoño, padre del fallecido senador Miguel Uribe Turbay, dejaba de ser precandidato presidencial del Centro Democrático.
No solo eso.
También anunciaba su renuncia irrevocable a la militancia del partido que ayudó a fundar.
El anuncio llegó después de que la dirección del Centro Democrático lo retirara oficialmente de la precandidatura mediante un comunicado.
Según Uribe Londoño, la decisión se tomó sin darle la oportunidad de defenderse.
Aseguró que nunca fue escuchado.
Que no tuvo espacio para explicar su posición.
Y que, pese a intentarlo, no logró conversar directamente con el expresidente Álvaro Uribe Vélez.
El golpe fue doble.
Político y personal.
Uribe Londoño afirmó que la forma en que se dio su salida no solo desconoció su trayectoria dentro del partido, sino que también irrespetó la memoria de su hijo.
Un hijo que, recordó, murió defendiendo las ideas y la doctrina de esa colectividad.
En declaraciones posteriores, Uribe Londoño fue enfático.
Dijo que no podía seguir militando en un partido cuyos dirigentes, según él, no supieron honrar ese legado.
Señaló que su renuncia era una decisión moral.
Irrevocable.
El Centro Democrático, por su parte, explicó la situación de manera distinta.
Según la versión del partido, Abelardo de la Espriella habría llamado al expresidente Uribe para informarle que Miguel Uribe Londoño le había manifestado su intención de retirarse de la carrera presidencial y adherir a su campaña.
Ese mensaje habría sido el detonante de todo.
Uribe Londoño negó esa versión de forma categórica.
Reconoció reuniones con distintos precandidatos.
Confirmó encuentros con Vicky Dávila, Juan Carlos Pinzón y el propio Abelardo de la Espriella.
Pero insistió en que jamás dijo que se bajaría de la contienda en ese momento.
Aseguró que su postura siempre fue clara.
Que hablaba de unidad.
Que contemplaba escenarios futuros.
Pero que nunca tomó una decisión definitiva de adhesión.
“Si he ganado todas las encuestas desde que empecé, no tenía sentido bajarme”, afirmó.
Agregó que, de darse un escenario de consenso más adelante, estaría dispuesto a considerarlo.
Pero no en las condiciones en que se presentó el hecho.
El propio Abelardo de la Espriella ofreció otra versión.
Confirmó una reunión en Barranquilla.
Sostuvo que Uribe Londoño sí le expresó su deseo de renunciar al Centro Democrático.
Y que incluso se habló de una eventual fórmula vicepresidencial.
Según De la Espriella, él respondió que no era el momento para ese tipo de definiciones.
Que Uribe Londoño primero debía resolver su situación interna con su partido.
Y que, solo después, podría evaluarse una eventual adhesión.
Así, dos relatos distintos comenzaron a circular.
Ambos coinciden en la reunión.
Pero divergen en el contenido y en las intenciones.

En medio de esa disputa de versiones, un elemento clave quedó al descubierto.
Nunca hubo una conversación directa entre Miguel Uribe Londoño y el expresidente Álvaro Uribe.
Uribe Londoño aseguró que lo buscó.
Que pidió una llamada el sábado previo a su salida.
Pero que recibió como respuesta que el expresidente estaba enfermo.
Ese silencio alimentó especulaciones.
Comentarios.
Lecturas políticas.
Para muchos, resultó llamativo que el expresidente Uribe, quien había acompañado de cerca a Miguel Uribe Turbay, no atendiera al padre en un momento decisivo.
Más aún cuando, tras la muerte del senador, fue uno de los primeros en rendirle homenaje público.
Mientras tanto, el tablero político comenzó a moverse con rapidez.
Uribe Londoño dejó de ser precandidato.
Abelardo de la Espriella continuó en carrera.
Y comenzaron a aparecer nuevas propuestas.
Una de ellas sorprendió incluso a los analistas más experimentados.
Roy Barreras, desde el partido Fuerza de la Paz, le extendió una invitación para integrar la lista al Senado.
Una lista asociada a una coalición de centroizquierda.
La propuesta fue interpretada por muchos como un movimiento oportunista.
Otros la vieron como una jugada estratégica.
Uribe Londoño no la aceptó de inmediato.
Pero el solo hecho de que existiera reveló el peso político que aún conserva.
También resurgieron antecedentes.
Se recordó que, en el pasado, Uribe Londoño había acompañado a Gustavo Petro en una campaña a la Alcaldía de Bogotá.
Incluso junto a su hijo.
Un dato que, aunque antiguo, volvió a circular con fuerza.
El propio Uribe Londoño evitó profundizar en ese punto.
Prefirió centrar su discurso en el presente.
En lo ocurrido dentro del Centro Democrático.
Y en lo que considera una falta de coherencia interna.

En su mensaje de renuncia, fue especialmente duro.
Dijo que algunos dirigentes no representan el sentir de las bases.
Que el partido tuvo un mártir.
Y que ese mártir fue su hijo.
“Eso no me permite seguir militando”, afirmó.
A partir de ese momento, su futuro político quedó en suspenso.
No descartó seguir participando.
Pero tampoco confirmó una nueva candidatura.
Insistió en que hablará con su equipo.
Que evaluará escenarios.
Y que su prioridad sigue siendo la unidad de la oposición.
El trasfondo de todo el episodio tiene un elemento adicional.
La encuesta de Invamer.
En esa medición, Miguel Uribe Londoño aparecía en cuarto lugar.
Por delante quedaban Iván Cepeda, Abelardo de la Espriella y Sergio Fajardo.

Para algunos sectores, ese resultado habría acelerado movimientos internos.
Renuncias.
Reacomodos.
Uno de los casos más mencionados fue el de Mauricio Gómez Amín.
Quien renunció a su aspiración liberal y decidió apoyar a Abelardo de la Espriella.
Versiones extraoficiales señalan que una reunión en Barranquilla habría sido clave.
Que Gómez Amín habría servido de puente.
Que Uribe Londoño fue invitado.
Y que allí se cruzaron conversaciones que luego se interpretaron de forma distinta.

Nada de esto ha sido confirmado oficialmente.
Pero los rumores crecieron.
Y el desenlace fue evidente.
Miguel Uribe Londoño quedó fuera del Centro Democrático.
Abelardo de la Espriella siguió en carrera.
El episodio dejó varias preguntas abiertas.
Sobre la lealtad interna.
Sobre la comunicación política.
Y sobre la forma en que se toman decisiones en los partidos.

También dejó una sensación amarga.
La de un dirigente que, tras perder a su hijo de manera violenta, intentó convertir el dolor en causa política.
Y terminó enfrentado con la colectividad que representaba ese legado.
Hoy, Uribe Londoño dice sentirse tranquilo con su decisión.
Afirma que no podía actuar de otra manera.
Que la memoria de su hijo está por encima de cualquier cálculo electoral.
El panorama sigue abierto.
Las alianzas se mueven.
Las campañas se reacomodan.

Y mientras el calendario avanza, el caso de Miguel Uribe Londoño se convierte en un nuevo capítulo de un proceso electoral marcado por tensiones, rupturas y giros inesperados.
Una historia donde la política, el duelo y el poder vuelven a cruzarse.