Roberto Gómez Bolaños, conocido mundialmente como Chespirito, nació en febrero de 1929 en Ciudad de México, en el seno de una familia de clase media alta.
Fue el segundo de tres hermanos.
Su padre, Francisco Gómez, era dibujante y trabajaba en revistas y publicidad, mientras que su madre, Elsa Bolaños, era secretaria bilingüe y poeta de corazón.
Este entorno estimuló su amor por el arte desde temprana edad.
Desde su infancia, Roberto vivió en diferentes barrios de la capital, junto a sus hermanos Francisco y Horacio.
Su vida familiar dio un giro abrupto cuando, a los seis años, su padre falleció a causa de un derrame cerebral.
Este trágico suceso dejó a su madre con la difícil tarea de criar a sus hijos pequeños, además de afrontar deudas y una casa hipotecada.

En sus primeros años, la familia vivió con dificultades económicas, y Roberto fue enviado a Guadalajara con sus tíos, donde experimentó una nueva realidad: la vida en una vecindad de clase baja.
Allí, observó de cerca las dificultades económicas de su tío, quien luchaba constantemente por pagar la renta.
Esta experiencia marcó su visión de la vida y lo sensibilizó sobre las diferentes realidades sociales.
Al regresar a Ciudad de México, la situación económica seguía siendo difícil.
Sin embargo, su madre hizo lo posible por brindarle una infancia feliz.
Uno de los momentos que más lo impactó fue una visita al circo Alegría, donde quedó fascinado por el payaso principal y su pantomima, lo que despertó su pasión por la comedia.
A medida que avanzaba en la adolescencia, Roberto experimentó las inseguridades propias de la edad, especialmente por su baja estatura, lo que lo convirtió en blanco de burlas.
Sin embargo, encontró consuelo y reconocimiento en su habilidad para hacer reír a los demás, convirtiéndose en el centro de atención entre sus compañeros.
Aunque su talento natural para la comedia ya era evidente, Roberto siguió los consejos de su madre y decidió estudiar ingeniería mecánica en la UNAM, a pesar de que su verdadera pasión era la comedia.
Durante esos años, trabajó en empleos que no lo entusiasmaron, como en una fábrica de acero, pero su sentido del humor lo mantenía como el alma de las reuniones.
Fue en esos años cuando conoció a Graciela, una joven que le recomendó seguir su verdadero sueño.
Inspirado por sus palabras, Roberto decidió dejar la fábrica y empezar a trabajar en lo que realmente amaba: la comedia.
En ese entonces, México vivía una época conocida como “el milagro mexicano”, donde el crecimiento económico y urbano abrió nuevas puertas, especialmente en el campo de la televisión, que se estaba popularizando rápidamente.
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Roberto se unió a la agencia de publicidad Darcy, donde comenzó a trabajar como aprendiz de escritor y productor.
Aunque no tenía experiencia, su ingenio y creatividad lo llevaron a destacar.
Su primera gran oportunidad llegó cuando propuso un eslogan para Chevrolet que fue adoptado por la marca.
Este éxito lo posicionó como una pieza clave en la agencia y le permitió hacer contactos en el mundo del entretenimiento.
A pesar de su éxito en publicidad, su madre no comprendía del todo su decisión, ya que para ella la publicidad era una industria incierta.
Aun así, Roberto decidió formalizar su relación con Graciela, y juntos comenzaron una nueva etapa.
Con el tiempo, Roberto ascendió en la agencia, convirtiéndose en guionista y trabajando en varios programas de comedia, como Cómicos y Canciones y El de Viruta y Capulina.
Este trabajo lo conectó con algunos de los comediantes más importantes de la época, lo que le permitió afinar su estilo y aprender las dinámicas de la televisión.
Su carrera comenzó a despegar cuando fue invitado a trabajar en Telesistema Mexicano, donde se encargó de los segmentos cómicos.
Fue ahí donde se empezó a gestar lo que sería su nombre artístico: Chespirito.
El apodo, que comenzó como una broma sobre su estatura, se convirtió en su sello distintivo.

A medida que su carrera avanzaba, Roberto consolidó su lugar en el medio y decidió crear su propio programa.
En 1970, nació El Show de Chespirito, un espacio de comedia que capturó rápidamente la atención del público.
Uno de los segmentos más populares fue Los Supergenios de la Mesa Cuadrada, en el que Roberto interpretaba al Doctor Chapatín, junto a Rubén Aguirre y Ramón Valdés.
Fue en este programa donde surgió uno de los personajes más queridos por el público: El Chapulín Colorado.
Con una personalidad torpe y entrañable, El Chapulín se convirtió en un superhéroe único, diferente a cualquier otro personaje en la televisión.
Su traje rojo y amarillo, junto con sus icónicas frases como “¡Síganme los buenos!” y “¡No contaban con mi astucia!”, lo hicieron inmortal en la cultura popular mexicana.
Además del Chapulín Colorado, otro de los grandes éxitos de Chespirito fue El Chavo del Ocho, que nació como un pequeño sketch dentro del programa.
Con su sencillo y entrañable personaje, Roberto logró conectar con todos los sectores del público, desde niños hasta adultos, creando una comunidad que esperaba semana a semana las nuevas aventuras del Chavo y sus vecinos en la vecindad.
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Los personajes de El Chavo del Ocho fueron creciendo en complejidad y número, con la incorporación de figuras como Kiko, interpretado por Carlos Villagrán, y La Chilindrina, interpretada por María Antonieta de las Nieves.
Aunque al principio las historias eran simples y con pocos recursos, la magia del programa radicaba en la química de los actores y en la frescura de sus guiones, lo que lo convirtió en un fenómeno nacional e internacional.
Sin embargo, con el éxito llegaron los conflictos.
Los actores comenzaron a tener desacuerdos sobre los derechos de autor de los personajes, especialmente en el caso de Kiko, lo que generó tensiones dentro del grupo.
A medida que las diferencias aumentaban, también lo hacía el desgaste personal de Roberto, quien se encontraba atrapado entre su vida profesional y su vida familiar.
A pesar de los conflictos, El Chavo del Ocho seguía siendo un éxito rotundo.
Roberto, consciente de que el programa había cumplido un ciclo, decidió ponerle fin en 1979, aunque continuó con El Chapulín Colorado por algunos años más.
El adiós a ambos programas fue inesperado y no hubo despedidas formales, lo que dejó a los fanáticos con una sensación de nostalgia y amor por los personajes que habían formado parte de su vida durante años.

Tras la despedida de sus personajes más famosos, Roberto Gómez Bolaños siguió trabajando en proyectos cinematográficos y teatrales.
Entre ellos se destacó la secuela de su película El Chanfle, así como una exitosa obra de teatro, 11 y 12, que se mantuvo en cartelera durante más de un año.
Aunque ya no estaba frente a las cámaras de televisión, su legado seguía vivo y su influencia en la comedia mexicana era innegable.
A lo largo de los años, Roberto fue perdiendo contacto con muchos de los actores que participaron en sus programas, pero siempre conservó los derechos sobre sus personajes, excepto en el caso de La Chilindrina, cuya actriz, María Antonieta de las Nieves, logró registrar el personaje como suyo.
La situación legal de los derechos de autor fue uno de los aspectos más complicados en la historia del programa.
En sus últimos años, Roberto Gómez Bolaños se dedicó a la escritura y a disfrutar de la tranquilidad junto a su familia.
Aunque se retiró de la vida pública, su legado perduró en la memoria colectiva de millones de personas que crecieron con los personajes que él creó.

El 28 de noviembre de 2014, Roberto Gómez Bolaños falleció a los 85 años.
Su partida dejó un vacío en la televisión mexicana y latinoamericana.
Millones de personas, tanto en México como en otros países de habla hispana, rindieron homenaje a un hombre que hizo reír a varias generaciones con su talento y su creatividad.

Hoy, más de una década después de su muerte, el legado de Chespirito sigue vivo en el corazón de sus fanáticos, quienes continúan viendo sus programas y recordando a los personajes que marcaron una época dorada en la televisión mexicana.