Eduardo Franco, conocido como uno de los cantantes más influyentes de la música latinoamericana en los años 70, vivió una vida marcada por el éxito, la traición y la tragedia.
Desde muy joven, mostró un gran interés por la música, prefiriendo componer canciones en lugar de centrarse en sus estudios.
A pesar de las advertencias de sus maestros sobre la falta de oportunidades en el mundo musical, Eduardo decidió seguir su pasión.
En 1958, junto a otros músicos, formó una banda llamada Los Blue Kings, que más tarde se convertiría en Los Iracundos.
Con un sonido característico y una mezcla de géneros, la banda pronto comenzó a ganar popularidad en Uruguay y más allá.
El debut de Los Iracundos tuvo lugar el 10 de octubre de 1961 en Montevideo, y en 1963 firmaron un contrato con RCA Víctor, lo que les permitió grabar su primer sencillo.
Durante esta época, Eduardo conoció a su futura esposa, con quien se casó en 1966.
La banda experimentó un crecimiento significativo, realizando numerosas giras y grabando más de 30 discos.
Sin embargo, la fama trajo consigo desafíos inesperados.
En 1969, Los Iracundos sufrieron dos graves accidentes de tránsito que marcarían un antes y un después en la historia del grupo.
El primero de estos accidentes dejó al guitarrista Bosco con secuelas graves, mientras que Eduardo y otros miembros también sufrieron lesiones que afectarían su carrera.
A pesar de los contratiempos, Los Iracundos continuaron su carrera y lanzaron varios éxitos.
Sin embargo, las tensiones comenzaron a surgir dentro de la banda.
Eduardo, quien era el principal compositor, se encontró en medio de disputas sobre los derechos de autor.
A medida que la popularidad del grupo crecía, también lo hacían las tensiones entre los integrantes.
En 1986, la situación se volvió insostenible cuando dos miembros pidieron una parte de las ganancias por las composiciones de Eduardo, a pesar de no haber participado en su creación.
Este conflicto culminó en la separación del grupo, lo que dejó a Eduardo devastado, no solo por la pérdida de su banda, sino también por la traición de aquellos que alguna vez consideró amigos.
En medio de la crisis personal y profesional, Eduardo recibió un diagnóstico devastador: cáncer terminal en los ganglios linfáticos.
Esta noticia llegó en un momento en que ya estaba lidiando con la tristeza por la separación de su banda y la traición de sus compañeros.
En 1987, su salud deterioró rápidamente y se vio obligado a someterse a una operación de columna vertebral.
A pesar de las dificultades, Eduardo encontró consuelo en la música y compuso su última canción, “Aprontate a vivir”, que reflejaba sus sentimientos sobre la vida, la muerte y su amor por su familia.
Esta composición se convirtió en un testamento de su talento y su capacidad para expresar emociones profundas a través de la música.
La última actuación de Eduardo tuvo lugar el 3 de abril de 1988 en su ciudad natal en Paraguay.
Fue un momento emotivo, ya que sabía que su tiempo estaba llegando a su fin.
A pesar de su enfermedad, subió al escenario y ofreció una actuación memorable, dejando una huella imborrable en sus seguidores.
Sin embargo, el 1 de febrero de 1989, Eduardo Franco falleció a la edad de 43 años.
Su muerte fue un duro golpe para la comunidad musical y para aquellos que lo admiraban.
Tras su fallecimiento, su legado continuó, y su música sigue siendo recordada y celebrada por generaciones.
Después de su muerte, la banda enfrentó nuevos desafíos.
Hugo Burgueño, un exintegrante, se adueñó del nombre de Los Iracundos en Argentina y comenzó a cobrar derechos de autor que no le correspondían.
Además, propuso a la esposa de Eduardo comprarle todas las canciones de su difunto esposo a un precio irrisorio, lo que generó indignación entre los seguidores de Eduardo.
A pesar de las traiciones y los conflictos, la música de Eduardo Franco perdura.
Grabó más de 30 producciones discográficas y vendió millones de discos en todo el mundo.
Su historia es un testimonio de la lucha por la dignidad y el reconocimiento en el mundo del espectáculo, así como un recordatorio de que la verdadera grandeza a menudo se encuentra en el corazón de aquellos que crean arte.